miércoles, 4 de marzo de 2015

Thelma y Louise

Apenas volvimos de vacaciones nos encontramos con mi amiga Cristina a tomar un café, ella tampoco había tenido las vacaciones soñadas. Me miró seria y así como quien pide la cuenta me dijo "Nos tenemos que ir un finde a un hotel spa". Y yo sin dudarlo le dije que sí. No me pregunten cómo hicimos ambas para, en el término de una semana lograr que nuestros hijos (ella tiene dos) quedaran al cuidado de sus padres y conseguir alojamiento en Carnaval, donde no cabía un alfiler en ningún hotel, hostería, apart, ni hostel.

Pero a ambas nos comanda una tenacidad sin igual y lo logramos, una finca en San Andrés de Giles, sin spa pero con una pileta que parecía el trono de los dioses del Olimpo. En serio, estaba construida sobre una loma, con un gran deck de madera que balconeaba sobre el campo, los árboles, la inmensidad. Desde ahí arriba, contemplamos el silencio y la ausencia de los repetidos "mamaaaaaa" que escuchamos a diario. Hablamos de nuestros hijos, tomamos sol, mate, nos metimos al agua, llamamos a sus respectivos padres a ver cómo estaban, tomamos sol, mate, nadamos, tomamos sol, más mate, dormimos la siesta...Un placer digno de dos diosas. 

Era la primera vez que dejábamos dos días a nuestros hijos y necesitábamos que el lugar fuera cerca por si teníamos que regresar ante algún llamado de emergencia. Por eso también, fuimos en mi auto (que a pesar de la licencia que me habilita aún no manejo). Logramos salir a la ruta antes de las 9 ¡Lo que es salir sin niños de viaje! Y cual Thelma y Louise, pero en versión argentina, nos abrimos paso entre la soja y los criaderos de pollos que dibujan el paisaje de la ruta n8. A diferencia de ellas, no necesitábamos liberarnos del yugo masculino sino del de nuestras criaturitas, eso seres a quienes tanto amamos. 

Mientras volvíamos, una amiga me preguntó por whatsap si había extrañado a mi hijo. Le contesté que no, y pensé "¿seré mala madre?". Así que le repetí la pregunta a Cris, que solemne me contestó "Para nada. Me podría haber quedado algunos días mas". Nos agarró un ataque de risa a las dos, por sentirmos cómplices de transgredir las leyes de la maternidad. 

A diferencia de estas dos heroínas, nuestro final fue feliz: regresamos sanas y salvas, hiperbronceadas, descansadas y felices de ver a nuestros hijos. Porque como diría Fito "dos días en la vida nunca vienen nada mal".



Este post está dedicado a mi compañera de aventura Cristina y a todas las madres que se quieran animar. 

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