martes, 26 de agosto de 2014

Contradicción

Me encuentro con un compañero de trabajo que se reincorporaba después de su licencia por paternidad (tres miserables días a los que tuvo que pegar sus vacaciones para poder estar con el bebito) y le pregunto cómo va todo ahora que ya son familia numerosa. Este es su quinto hijo, algo poco común de encontrar por estos días en donde una familia se vuelve numerosa con dos hijos y una mascota. El me cuenta que el de 2 años volvió a agarrar la teta y ahora la comparte con el recién nacido. Que su mujer no duerme pero que no lo sufre porque ella entra en un estado de trasendencia espiritual en donde todo le resulta llevadero porque está más allá (algo que me hubiera encantado experimentar esas noches en que lloraba por no poder pegar un ojo). "Cuando decidimos con Laura tener más hijos sabíamos qué sacrificábamos, pero estuvimos dispuestos a hacerlo. Igual yo tengo mís días en que eso me pesa y me quejo de no haber podido terminar el doctorado y que me tuve que quedar en un laburo en el que me siento desaprovechado. Entonces ella se enoja y me dice que es el sacrificio que los dos hacemos, pero yo le contesto que ésta es mi contradicción, que a veces aflora y que me la deje vivir como tal".

Qué claridad mental la de este hombre que reflexiona sobre la maravilla de un hijo y la contradicción que conlleva. Recuerdo la amargura que experimentaba mientras me debatía entre ser una madre con tiempo para maternar y una profesional realizándose como tal. Tengo un trabajo que me permite un horario flexible para poder pasar bastante tiempo con mi bebé, sin necesidad de que vaya a una guardería. Al menos el primer año, ese es el acuerdo con mi marido, combinar nuestros horarios para cubrirnos entre los dos y la niñera. Pero se trata de un trabajo en el que no soy feliz, ni me siento realizada como profesional. Es un trabajo, como dice mi compañero, en el que me siento desaprovechada. Sin embargo, elijo mantenerlo, con esa contradicción. 

Una lectora del blog contaba que sus amigas madres le decían que no dormían, que estaban histéricas pero que igual eran re felices. Esa aclaración no convencía a nadie. ¿Qué pasaría si dijéramos que hay días en que no somos felices, que un bebé recién nacido te enfrenta con tus propios límites, que hay días en que preferirías no levantarte de la cama, que te pegó mal el puerperio y que estás re deprimida? Pienso que la contradicción es inherente del ser humano, pero en ciertas ocasiones como la maternidad, no permitimos que tenga cabida. Por eso celebro el coraje de mujeres como Carla Kudnowsky y Gisela Marziotta por hacer público su relato de la maternidad, lejos de las poses y las fotos de las revistas. Y festejo la actitud de todas las mujeres y los hombres que nos permitimos ser honestos y hablar de la contradicción. 

viernes, 15 de agosto de 2014

Entre el bricolage y la revolución

Mi mente es drástica, cada vez que veo cualquier cosa no puedo evitar pensar en su vida útil, en cuánto tiempo tardará en ir a parar al tacho. Por eso, ahora que se acerca el cumpleaños de mi hijo, me debato entre el bricolage y la revolución. 

"No es que no le gustan los chiches, lo que pasa que tiene el mismo cajoncito con peluches desde que nació" me dijo una amiga que había venido a jugar con su bebita a casa. Yo sostenía mi comportamiento asceta anti consumo en su no necesidad. Pensaba "Es un bebé, qué otra cosa necesita además del amor de su mamá?". La respuesta me quedó más que clara cuando lo vi entretenido con ese camioncito con piezas para encastrar de otro de sus amiguitos. Y es que no comulgo con el mundo Disney, el universo Mickey, y los juguetes con pilas y músicas estridentes que te queman la cabeza. Pero claro, mi hijo es un bebito como todos y no un buda que se contenta con contemplar el más allá. Digamos que sus necesidades están en el más acá. 

Me vi a mi misma siendo terriblemente cruel. No pude evitar acordarme cómo sufría cuando mi mamá me hacía regalar una vez por año los chiches que ya no usaba, que eran contados porque no tenía muchos. Mi vieja se había divorciado en los ochenta, vivíamos con lo justo en plena inflación y no había posibilidad de inflarme mucho la recreación. Me divertía con lo que había pero yo siempre soñaba con la muñequita tal o el último modelo de Barbie. Me acordé de qué pronto me hizo tomar conciencia de la pobreza y de las carencias de los demás. Supongo que eso me sirvió para, a pesar de ser hija única, no tener ese comportamiento cliché de hijo único, para ubicarme en el mundo, digamos. Sin embargo, ahora que lo pienso, quizás eran relatos un poco drásticos tirando a crueles. Quizás alcanzaba con decirme que tenía que regalar aquello que ya no usaba para que otro nene pudiera usarlo. Como hice con la ropita de recién nacido de mi hijo, sin siquiera pensar en un próximo bebé. No obstante, ¿Cómo no equivocarse sobre todo cuando se trata de inculcarle algo tan arraigado como nuestros principios de vida? ¿Cómo no ser estricto ni determinante?

Consideraba que mi hijo no necesitaba tener una habitación repleta de juguetes que no usara, pero me di cuenta que en cambio, tenía un cajoncito con cosas que tampoco usaba porque eran de recién nacido y ya iba a cumplir un año. Así que fui corriendo a una juguetería y le conseguí ese camioncito de encastrar, le compré dos animalitos de tela en una feria sustentable y un pata-pata para que ande por la casa. También compré cartulina de colores para hacerle banderines para su fiesta de cumpleaños. 

Algo que me preocupaba del festejo del año, era la cantidad de chiches que le fueran a regalar. Temía encontrarme con una pila de cosas que seguramente él no necesite. Sin embargo, no voy a hacer conclusiones apresuradas y sólo les pediré que traten de evitar los juguetes que funcionen con pilas. No habrá tarjetas de invitación, souvenires ni bolsita, sí habrá decoración hecha por mí que procuraré guardar para el próximo festejo, torta y tambores hechos con latas recicladas (idea de mi amiga mamá primeriza Flor O).






lunes, 4 de agosto de 2014

Mi amiga soltera

Cada vez que visito a mi amiga soltera me recuerda cuánto anhelo volver a ser un poco la que era. Qué linda esa vida de cosas ordenadas y tiempo para una. Llego a su casa un sábado por la mañana: ojerosa, sin maquillaje, las uñas sin pintar, transpirando porque bajarme del taxi con bebé, carro, huevito, bolso y cartera, es peor que la peor clase de spinning. Esas clases que a mi amiga le encantan.

Fuimos a su casa con mi hijo y mientras intentábamos conversar y tomar mate, ella me miró levantarme infinita cantidad de veces de la silla para sacar todo lo que estuviera al alcance de mi bebé. Creo que se cansó de las repetidas interrupciones a nuestra charla y de escucharme decir "no", "eso no", "tomá esto", "se rompe". Apesadumbrada, me dijo "Uf, creo que estoy considerando eso de ser madre algún día". Y su apreciación me devolvió en espejo esta imagen de una yo tan agotada que no puedo hacer otra cosa que llorar. Ella es la misma que me había dicho que se lo dejara una día, que me lo cuidaba para que yo fuera a hacer mis cosas. Pero cuando, el sábado, le dije medio en chiste, medio en serio "Te lo dejo un día de estos" ella me respondió "Paso", más en serio que en chiste.

Me escapo un segundo de la vista de mi bebé y entro al baño. Mi amiga soltera tiene una colección de esmaltes, cremas y maquillajes. Yo hace 10 meses que no me pinto las uñas y me maquillo en la oficina con la misma sombra color sepia. Ya me olvidé cómo era tomarme el tiempo para combinar los colores. Cómo volver a ser la que era, me lo pregunto cada vez que dejo de pensar en pañales, horarios y papillas del bebé. En sus urgencias que son constantes y estructuran mi día y mi noche. Antes yo miraba Isat y Europa Europa, ahora sólo miro el reloj para ver a qué hora se va a dormir mi bebé. Antes escuchaba música, a veces Beirut, la banda de sonido de una película francesa o Lisandro Aristimuño; ahora lo único que tarareo son las canciones de Magdalena Fleitas, Los Canticuénticos o el Dúo Karma. Siento que mi bebé llenó tanto mis días y mis noches que me vació de mí, de mi yo antes del bebé.

Es una cuestión de tiempo, me dijo alguien. Que el primer año es así pero después pasa y volvés a tener tiempo para vos. Volveré a tener una casa ordenada, una colección de esmaltes y un color de sombra para cada día? Volveré a ver la última producción de ese director de cine que me encanta en lugar de tararear Samba Lelé? Volverán los colores en reemplazo de las urgencias?


Este post va dedicado a Gabi: que encuentres tu lugar en el mundo, que ahí te encuentres a vos y a él, y seas muy feliz. Te voy a extrañar!