miércoles, 23 de abril de 2014

La maternidad te desborda

Antes imaginaba bastante cómo sería tener hijos. Un día le dije a mi marido que cuando tuviéramos uno no quería que nuestra casa se viera invadida de las cosas del bebé. Me refería a que sus cosas se convirtieran en parte de la decoración: el sillón, la mesa y las sillas Luis XVI recicladas junto con la mecedora Fisher Price y el cochecito; por ejemplo.
Sin embargo nuestro hijo tiene casi siete meses y sus cosas conviven con las nuestras, amontonadas, desordenadas, sin combinar. Una postal que no tiene nada que ver con las fotos que se ven en las revistas de diseño. Y es que la maternidad te desborda, desborda lo que eras, desborda tu paciencia, desborda tus espacios y tus horas de sueño. Ah, y tu living. Por lo menos el mío en este momento tiene mantas, sonajeros, chupetes y muñequitos Lamaze arriba de la mesa y del sillón en el que estoy sentada. Ahora que mi marido y mi bebito se fueron de paseo, estoy sola en casa y pienso en todo lo que podría hacer. "Debería ordenar esta pila de ropa limpia en el placard. No mejor archivo la ropa que ya no le entra al bebé y pongo a mano la que le está por quedar chica así la uso antes de... No, no, mejor hago cosas para mí. Mejor me pinto las uñas, me depilo, me fijo si me entra un jean de los de antes". Pero la verdad es que no consigo levantarme del sillón. Quedé en la misma posición desde que los despedí.
Engancho en la tele un diálogo entre dos madres culpógenas: Charlotte y Miranda de Sex & The City, que, medio borrachas, se confiesan el alivio que sienten al estar lejos de la casa un par de días. Una le dice que su hija menor no para de llorar y que ya no la aguanta mas, y la otra le confiesa que volvió a sentirse ella misma ahora que lleva dos días sin ver a su hijo y marido. No tengo nada en común con estas dos mujeres de clase media alta, neoyorquinas, que toman tragos en un hotel en los Emiratos Árabes; sin embargo, me doy cuenta que la maternidad tiene algo que nos iguala, acá y en Estados Unidos, en la vida real y en las películas. Y es que la maternidad te trastoca y extrañás poder volver por un ratito a ser quien eras.
Miro las cosas del bebito que me rodean y me doy cuenta cuánto necesitaba este momento de silencio sola en casa. No voy a ordenar, voy a dejar que me aturda la nada, que me deje pasmada en medio de las cosas. Está oscureciendo, escucho la estufa soplando gas y el tren, que a pesar de que está lejos, cuando hay silencio se oye. Quiero aprovechar este momento, vivirlo con intensidad, guardarme estas sensaciones para la próxima vez cuando ellos vuelvan y la maternidad me desborde.

miércoles, 16 de abril de 2014

Quejosa

No quiero ser una quejosa me repetía a mi misma, pero desde que quedé embarazada no paraba de quejarme. Empecé quejándome por no encontrar un obstetra que me comprendiera en lugar de hacerme sentir una ridícula con ideas naif acerca del parto, hasta que después de seis visitas logré dar con el doctor que me dijo "ojalá que yo ni tenga que ponerme los guantes... la semana pasada le armé a una chica para que lo tenga en el piso". Seguí quejándome porque además de las náuseas, las palpitaciones, la baja presión, los dolores de cabeza, cintura, tetas y ovarios; sentía que mi embarazo no era lo que había soñado, hasta que una amiga me dijo que fuera a ver a María Pichot y gracias a ella entendí que lo que me estaba pasando tenía que ver con asumir un rol activo en un momento tan fundacional para una mujer. "Algunas mujeres no se preguntan nada, no tienen inquietudes y otras, como vos, eligen preguntarse, tomar decisiones y para eso hay que tener mucho coraje", me dijo en nuestro primer encuentro. Me quejaba por desconocerme, por no entender qué me estaba pasando, los cambios de humor me habitaban con tal intensidad que era como estar en medio de un tsunami hormonal. 
También me quejé cuando, con mi bebito recién nacido, me sentí más sola que nunca en la vida, pero más que soledad lo que tenía era desolación. Me quejé porque sentía que no tenía ayuda, que estaba triste y que a pesar de que mi hijo estaba sano yo no era feliz. Hasta que un día hablando con mi amiga Eleo tomé conciencia de mi situación: estaba puérpera y eran tiempos de llorar y patalear. Me dijo que dejara de resistirme que no intentara ser pensante, medida y racional. Le dije "Tenés razón, a partir de hoy voy a militar mi puerperio, voy a embanderarme en mis hormonas". Y pude deprimirme sin culpa y también pude salir de esa depresión.
"La queja no es mala, al contrario -me dijo mi analista- es el principio de la cura. Sin queja no hay posibilidad de cambio, de transformación". Según él, ahora la queja goza de mala prensa en detrimento de un estar bien que anula nuestra capacidad de auto observación. Mi experiencia es que sin la queja no hubiera podido atravesar este proceso. Nunca me hubiera enterado de qué se trataba el parto respetado, nunca me hubiera sentido una mujer libre y orgullosa de haber defendido mis deseos frente a un sistema (sanitario, social y cultural) que si te puede hacer encajar en el moldecito mejor.

martes, 8 de abril de 2014

Un año y la lactancia

Un año era el tiempo que yo quería amamantar a mi hijo. Me parecía un tiempo suficiente y necesario para su adecuada nutrición. Pero como toda noción del tiempo es abstracta e inútil a menos que tenga alguna relación con la realidad. Mi realidad fue que la lactancia me costó muchísimo, literalmente sangre, sudor y lágrimas. Me costó más que recuperarme de la cesárea. El primer mes no podía vestirme, no aguantaba que nada rozara mis pechos afiebrados, se me habían estallado los pezones y me salía sangre en lugar de leche. El segundo mes seguía usando las pezoneras de silicona lo que suponía un contacto mediado por una cosa de plástico entre mi bebé y yo. El tercer mes, dolían un poco menos pero todavía mi pezón no había copiado la forma necesaria para que la boca de mi bebé lo alcanzara sin problema. Fue alrededor del cuarto mes, cuando las heridas empezaron a sanar que descubrí que un día estaba disfrutando de ese momento maravilloso. Lo miré mientras tironeaba con su boquita mi aerola y se me escaparon un par de lágrimas. Por fin había alcanzado ese momento idílico de conexión mamá-bebé. Pero habían pasado cuatro meses y hoy no sé si estaría dispuesta a pasar por eso de nuevo.
Nada de esto lo sabía ni lo había tenido en cuenta cuando había decidido dar la teta por un año. Tampoco había imaginado que levantarme de tres a cuatro veces por noche (habiendo empezado a trabajar) iba a fastidiarme tanto que deseé que a mi marido le nacieran pechos. Pero me había agarrado con tanta fuerza de la lactancia que la convicción se me convirtió en fundamentalismo y el esfuerzo en tosudez. Lo miraba a mi bebito mamando en la penumbra y pensaba "otra vez? me acabo de acostar" "cuánto más vas a tomar que me quiero ir a dormir, dale, dale, dale". Era evidente que no disfrutaba de ese momento, ni siquiera ahora que ya no me dolían. Estaba claro que no podía seguir sosteniendo así la lactancia. Empecé a sentir que el cuerpo no me daba y que aunque luchara con eso (como dijo una amiga) no quería seguir poniéndole el cuerpo. 
Ahora pasaron 6 meses desde que nació mi bebé y siento que la lactancia y yo empezamos a despedirnos, lentamente. Remplacé las tetas de la noche por mamaderas con leche de fórmula, eso nos permite turnarnos con mi marido y mi hijo duerme algunas horas más. Tenía miedo que si reemplazaba algunas tomas me quedara sin leche (qué mujer no tiene esta fantasía?) pero la verdad es que mi bebito sigue prefiriendo mis tetas y ellas siguen dándole su leche. No sé cuánto tiempo más tomará la teta así en esta nueva modalidad mixta, no lo había pensado, no tengo una cifra en la cabeza.