miércoles, 2 de agosto de 2017

En algún momento deja de doler

Fui al osteópata por una lumbalgia y terminé llorando (de nuevo, otra vez) por la cesárea. El tipo me decía que tenía sus dudas de que fuera por mi lordosis de sacro, "esto para mí viene de otro lado" y me hundió un dedo entre la ingle y el pubis, y yo grité, me dolió. Me recorrió la cicatriz de la cesárea y me explicó que del lado derecho estaba complicado el psoas. No entendí qué me decía pero me dolió. Ahora lo googleo y leo que el psoas es "el músculo del alma" y pego tal cual lo que encuentro porque no tiene desperdicio: 
"...un órgano de percepción compuesto por tejido bio-inteligente que encarna, literalmente, nuestro deseo más profundo de supervivencia y de florecer. Es decir, es el mensajero primario del sistema nervioso central, por lo que es considerado también como un portavoz de emociones (de las mariposas en la panza). Esto es debido a que el psoas está conectado con el diafragma a través del tejido conectivo, por lo que se ve afectado tanto en la respiración, como en el miedo reflejo"

Tenés una cicatriz en tu cuerpo, me dijo y entendí que no se refería a lo literal. En lo literal me alegraba que la costura se hubiera ido desdibujando y que apenas se pudiera ver, entre las cesáreas de mis amigas la mía es el lifting de las cesáreas, imperceptible. En lo figurado de la cicatriz, últimamente me reconfortaba que esos días de puerperio, y todo lo difícil del primer año, e incluso lo que vino después con la separación; por fin hubieran quedado muy atrás. Ya había logrado amigarme con la maternidad (mucho tuvo que ver este blog con ese proceso), y también con el padre de mi hijo, que es un estupendo padre. Mi vida laboral también viene abriéndose camino entre este cuidadoso equilibrio de ser mujer y ser madre. Y en este ser mujer aprendí a volver a poner el cuerpo, a animarme a ser vista con mis cicatrices, a la desnudez después de la maternidad con hombres que no son el que me acompañó en el viaje. Y logré sentirme bien con eso, incluso con la falta de un compañero. Tuvieron que pasar tres años para que volviera a tener ganas de que me acompañen. 

En fin, el llanto de hoy me tomó por sorpresa porque hacía mucho que lograba hablar de aquellos días poco felices sin congoja, pero también es verdad que como dijo hoy el tipo "el cuerpo tiene memoria". Qué es lo que aún no resolví, no lo sé. Lo que sí sé es que si volviera a pasar por ese momento en el que llegué a la clínica y dejé que cinco médicos distintos me metieran la mano, y no reclamé por el contacto con mi bebito esa primer hora que es tan crucial, que quede casi una hora temblando y muerta de frío esperando sola al camillero, no dejaría que nada de eso me pasara, porque duele. Esas primeras experiencias traumáticas (de la maternidad) dejan marcas en nuestros cuerpos, huellas de un tipo de violencia que se ejerce sobre los cuerpos de las mujeres. Hace poco más de tres meses una amiga mía fue mamá y nos contaba un poco desconcertada que le seguía doliendo la cesárea. Me acuerdo cuando le consulté al obstetra y después a una ginecóloga por el dolor de la cesárea, me dijeron que era imposible porque había cicatrizado perfectamente bien. Todavía me duele los días de mucha humedad y cuando estoy por menstruar... Será que en algún momento deja de doler? 


lunes, 8 de mayo de 2017

Juego de nenes

Hace tiempo que mi hijo pregunta sobre su cuerpo y las diferencias con el mío. Sabe muy bien que los bebés toman la teta de su mamá, y andábamos aprendiendo las diferencias entre las "tetas" de las nenas de las "tetillas" de los nenes justo cuando se miró desnudito antes del baño y me preguntó si él iba a poder dar la teta. No supe bien qué contestar porque siempre me había tocado estar de este lado del milagro de la vida, y sentí pena por él. Porque su carita frente a mi respuesta fue de tristeza, me dijo "Y yo?". Después de eso vino la pregunta de si él iba a tener un bebito en su panza, otra vez me vi obligada a rematarle la ilusión. Y es que juntos solemos jugar con un bebito que tiene a cosas que nos ayudaron mucho en la transición de dejar pañales, chupete y etcéteras del crecimiento. Pero nunca pensé que esos juegos me iban a jugar esta mala pasada...

Pienso que probablemente las mamis de varones no tengan que prepararse para estas preguntas porque no suele ser un juego de nenes, y si bien me molestan bastante las divisiones de juego de nenes y juegos de nenas cosa que replican mucho en el jardín, confieso que nos ahorran ciertas incomodidades. No obstante, las considero necesarias, porque nos ayudan a poner en crisis modelos de crianza que no nos han hecho nada bien. Pienso entre otras cosas en #NiUnaMenos pero también en todos los niños que han querido llorar y se lo reprimieron porque "eso es de nenitas".

También hace poco haciendo zapping mi hijo que dijo que un dibujito onda Barbies era de nenas, y le contesté que eso no era verdad, que los juegos son juegos para todos por igual y los dibujitos también. Que lo íbamos a mirar porque para el caso mami era nena.

No puedo creer que, ya en siglo XXI sigamos encasillados en esas categorías que tanto daño nos hicieron y siguen haciendo. Porque pienso, si hay juegos de nenes eso significa que las nenas no pueden jugar al fútbol ni los nenes darle de comer a los bebitos, me pregunto qué tipo de niñas y niños estamos haciendo para el futuro. ¿Acaso el sistema educativo no lo ve? ¿lo ven las familias de los que serán los hombres y mujeres del mañana?



sábado, 1 de abril de 2017

Se acabaron las princesas

Cuando yo era chica no jugaba con ser Cenicienta ni Blancanieves, yo jugaba a ser Leia Organa. Esa princesa guerrera que encabezaba la resistencia contra el malísimo Darth Vader en Star Wars, esa que no sucumbía con el primer beso de Han Solo y que era capaz de cualquier cosa para desafiar al que la coqueteaba como besar a su propio hermano. Para mí esa princesa era mucho más atractiva que las que se sentaban amablemente a esperar ser rescatadas por el príncipe azul. Me fascinaba imaginar que manejaba naves espaciales peinada con esas trenzas y rodete que la hicieron famosa a Leia. Mi primer mascota fue una cobaya, se llamó Leia, mi primer cuenta de email también.

Se murió Carrie Fisher, la actriz que había llevado a la pantalla grande y que había convertido a ese personaje de fantasía de George Lucas en una gran mujer.  Carrie también era una antiprincesa, era bipolar, había tenido serios desbordes con el alcohol y las drogas, y no siguió la carrera prometedora que podría haber iniciado con la fama de Leia. Carrie era tan imperfecta y adorable como Leia.

Desde que convertí a mi hijo en la fé del fanatismo de Star Wars me siento hermanada en una religión  que supera nuestro vínculo madre hijo. Nadie me había advertido cuánto puede disfrutar uno compartiendo con un hijo aquello que uno adora. Y la verdad es que nos encanta cantar las canciones de la saga (sabemos tres distintas) y a él le divierte sorprenderme en momentos inesperados con el tarareo de alguna y que yo me derrita de amor. Jugamos a pelear con sables láser lo que me llevó a establecer una distinción caprichosa entre espadas y armas. Las espadas están permitidas en nuestra zona de juego, el resto de las armas no. Y repetimos partes del guión como cuando Han le dice "te amo" y ella le contesta "Ya lo sé", o cuando Yoda intenta entrenar al joven Luke en el pantano "Siente la fuerza. La fuerza está en las piedras, en el aire, está entre tú y yo".

Nuestro amor por estas películas trasciende la pantalla. Mi hijo entiende el mundo en clave Star Wars y eso me enorgullece porque tiene un mensaje humanista, de respeto por el otro, de compromiso con lo justo, de no violencia, y de cultivar los mejores sentimientos dentro de uno. El otro día leíamos el libro de Juana Azurduy de la colección Antiprincesas, y me preguntó si Juana sabía luchar como Leia. También me preguntó si la mujer con rodete que está en el billete de cien pesos era Leia y le expliqué que era otra princesa llamada Eva Perón, pero no me creyó.

En diciembre Leia llegó al límite de su imperfección y decidió abandonarnos. ¿Qué princesa termina muerta? Sólo las que pasan a la inmortalidad. 

sábado, 5 de noviembre de 2016

No me arrepiento de este amor

Están las que elegimos la maternidad sin que eso se vuelva una postal de la felicidad, y elegimos abrazarla con sus sinsabores. Están las que eligen no ser madres y están también las que se arrepienten. "No me imaginé que hubiera ese tipo de mujeres... o en realidad que se animaran a decirlo" me dijo hace poco una amiga con la que conversábamos del tema. Fue con motivo de la reciente publicación del libro de la socióloga israelí Orna Donath "Madres arrepentidas" en donde la autora entrevista a mujeres que asumen que no volverían a tener hijos. Parece que el libro causó mucho revuelo por que hubiera mujeres capaces de arrepentirse, se las consideró seres despiadados y sin corazón. Yo las re banco.
Como diría Gilda, no me arrepiento de este amor y estoy feliz de haber aceptado el reto. Yo elegí ser madre pero les aseguro que lejos está de haber sido la cúlmine de mi realización personal. La maternidad es una de las cosas más difíciles que me tocó atravesar en la vida. Y al igual que el primer día que empecé este blog, sigo creyendo que no nací para ser madre, que lo hago y me sale bastante bien, pero que nada de esto me resultó ni fácil ni genial. Quizás ahora que mi hijo está más grande, ya tiene tres años, hemos encontrado ambos, una sintonía de entendimiento mutuo. Y el amor entre nosotros creció tanto que puedo decir que lo amo por sobre todas las cosas. Pero siempre, siempre, maternar me enfrenta con mis propios límites y la renuncia. Tantas veces tendría ganas de tirarme a leer y tengo que bañarlo, prepararle la comida, leer el cuaderno del jardín, o simplemente, responder a todos y cada unos de los mama, mamita. Y lo hago con alegría y aceptación porque elijo la maternidad, sin embargo, hay días o momentos en los que tiraría todo por el aire y volvería a ser la de antes. Cuando tenía todo el tiempo del mundo para mí y mis necesidades, mis gustos, mis caprichos.
Así que volviendo al sincericidio de esas mujeres que confiesan lo inconfesable, mis aplausos.
Las mujeres estamos emprendiendo caminos hacia la libertad, luchamos por #NiUnaMenos y contra todas las formas de violencia de género, incluso la violencia osbtétrica. La maternidad como esa postal kitsch y sin fisuras que se nos impone como el horizonte de la realización femenina también es parte de la dominación simbólica con la que tenemos que lidiar. Prefiero más sincericidios y menos mentiras.

lunes, 24 de octubre de 2016

La fragilidad de las fuertes

Leí muchas cosas por el Día de la Madre. Pocas que me hayan gustado tanto como "Frágil, no apilar" de una amiga de una amiga que describía la maternidad como ese proceso al cabo del cual te volves frágil para siempre. Me gustó porque hay tantas mujeres como maternidades. Yo, en realidad, nunca fue de frikearla con las caidas, los golpes en el jardín, las fiebres de mi hijo. Sólo siento que se me corta la respiración cuando se va de viaje con su papá y sé que por una semana no lo voy a ver. Esos días sí tengo miedo, son como vivir con un efisema, respirando cortito y con poco oxígeno. Excepto este miedo localizado, por llamarlo de algún modo, no me pinta la paranoia por la integridad física  de mi hijo. Y volviendo al post del día de la madre, siento que a mi me pasó lo contrario, mi hijo terminó de liberarme de los miedos. Como en esa escena en Room, en donde la mamá le dice a su hijo "Me salvaste". 
 La maternidad para mí arrancó como una película aterradora de la que, después de un proceso largo y durísimo, logré salir airosa como una heroína de cuentos (más parecida a las antiprincesas que a las de Disney). Sentir que nada era como lo había imaginado, ni el embarazo, ni el parto, ni la lactancia, ni (el que era) mi marido, ni mi vida a partir de ese momento, hizo que todo se me viniera abajo. No tenía de dónde agarrarme, no tenía referencias de qué tipo de mamá quería ser, de qué podía ser, de que podía. Cuando toda la escenografía que había montado para mi película con final feliz (separación incluida) se desmoronó, no me quedó otra que empezar a construir desde la nada. Me cree un personaje, me inventé como mamá, me inventé escenas que me parecieron copadas en medio de ese aluvión de nuevas responsabilidades que me abrumaban, me inventé espacios para estar con mi bebito como un taller de música, aprendí a jugar con él, me inventé un grupito de primerizas con quienes compartir mis angustias.
Y todo ese invento se volvió el guión de mi nueva vida. Podría decir que fue el momento más creativo de toda mi existencia, me rehice como mujer, me cree como madre, y aprendí a ir y venir de cada uno de esos papeles.


jueves, 6 de octubre de 2016

Le cagué la vida

La dieta de mi hijo es macrobiótica, no vegetariana, agroecológica y ayurvédica. Si, todo eso, okey. Es porque sé tomar de cada cosa lo bueno. Boe. Demás está decirles que las golosinas no entran en ninguna de las categorías de arriba. Digamos que están, junto con los alimentos ultraprocesados, ultraprohibidos.
Hace poco, a los tres años, mi hijo probó los caramelos, producto de una piñata que se estalló en un cumple al que fuimos. Y hoy, un vecino le convidó chupetines mientras yo le hacía que no con el dedito sin que mi hijo me viera (no quiero que me recuerde como madre represora). Así que terminó con dos chupetines, un pico dulce multicolor que cuando lo vio, lo dejo hipnotizado tipo Willy Wonka y un chupetín bolita de dulce de leche. Acepté que se fuera con ambos chupetines con la promesa de que lo comiera (obvio que uno de los dos) de postre. Pero, después de mirarlo un rato me dijo“mamá, lo puedo oler?”. Lesto, dije, esto es un camino de ida. Y sí, comelo. Los ojitos le giraron en una espiral de arcoiris mientras lo chupaba con desesperación. Creo que estaba teniendo un pico de hiperglucemia.
La única promesa q iba a seguir vigente era la de lavarse los dientes después por los bichitos. Osea, las caries, porque todavía no tenemos tan aceitada la rutina del cepillado, nocturno. Digamos que los dos estamos tan cansados a la noche que nos da fiaca, es decir, yo me lavo los míos, lo que me da fiaca es insistirle a él, llevar el banquito, atarle la toalla alrededor del cuello para que no se empape el pijama, discutir con él porque quiere mi pasta y no la suya (aunque los dos envases sean los color naranja de Weleda y la única diferencia sea un letrero verde... Voy a pedirle a Weleda que me haga el favor de hacerlos iguales...).
Yo tuve una madre muy miedosa y gracias a eso le dedique varias sesiones de terapia cuando hablaba de tener un hijo. Me había prometido que, cuando fuera madre, iba a dejarlo ser un alma libre, sin ataduras, libre de miedos, de mis miedos, básicamente. Y lo veníamos logrando bastante bien: no le teme a las arañas, a las abejas, a pesar de que ya lo picaron dos veces, aguijón clavado, incluido; ni a las víboras. No le teme a los insectos en general, cosa que aveces me trae complicaciones, como cuando sale de noche a saludar a las babosas que se meten en la cocina o como el otro día, en Tecnópolis, que me tuve que bancar una pecera de cucarachas porque a mi hijo le parecía divertidísimo.
Veníamos bien hasta hoy, que me di cuenta que le cague la vida. Y sí, una hace cosas como madre pensando que hace lo mejor. Pero se te escapa la tortuga y nunca te imaginás que la literalidad te va a arruinar esa labor que tanto cuidas, la de educar a tu hijo sin miedos. El tema fue que de la nada se largó a llorar, me devolvió el pico dulce, y me decía que tenía bichitos mientras se buscaba algo en sus bracitos y piernas. Yo me desesperé porque me imaginé que habían entrado hormigas y se le habían metido abajo del piyama. Así que le abrí todos esos botoncitos que traen los pijamas de golpe y lo entré a revisar. Obvio no tenía nada, yo seguía desconcertada hasta que me dijo "lavame los dientes".
Fin del progresismo. Madre castradora. "De chiquito mi mamá no me dejaba comer chupetines", "Mi primer recuerdo de las golosinas es que después de comer un pico dulce pensé que los bichos me comían el cuerpo".... lo imaginé en un segundo.
Y qué hacer? Le regalo una bolsa de golosinas? Accedo cada vez que me pida caramelos? Lo dejo que la industria de las porquerías le saturen sus papilas gustativas tan prístinas? Estoy bajo los efectos de la culpa...



miércoles, 13 de abril de 2016

Las delicias del lenguaje

Existen cosas que nunca imaginas que tu hijo va a decir. Como ya lo dije el momento en el que adquieren el lenguaje los niños es un deleite que no tiene comparación, y en estos placeres la literalidad y el sentido figurado pueden ser un plato desopilante.

Aletas
Yo estaba cansada porque había recuperado una clase de pileta y había ido a la mañana antes de ir a trabajar. Así que ese día lo retiré del jardín y le pedí que jugáramos despacio porque "mamá está cansada porque nadó como un pescadito". El me escuchó muy atento y no se atrevió a cuestionarme la intensidad del juego, sin embargo, me escaneó el cuerpo y me preguntó casi ofendido "¿dónde están las aletas?".

Maraña
Mi hijo le llama "winsi lala" a las arañas. Un día me señalaba unos cables  y me decía que había una araña ahí, pero yo miraba y no lograba verla. El insistía porque lo divertido de todo esto es que él se da cuenta que yo no lo entiendo y se esfuerza por hacerse entender. Hasta que ocurre el milagro de la comunicación y nos reímos los dos. Miré un rato el enjambre de cables y entendí que estaba usando una metáfora, la maraña de cables parecía una tela de araña pero él solo sabía cómo nombrar al insecto que la tejía.

Señor Otoño
Veníamos volviendo algún lugar pisando las hojas secas que ya cubren las veredas cuando le dije "Viste hijo las hojas? ya está llegando el señor otoño". El se dio vuelta para los costados y me preguntó buscándolo "¿A donde está?".

Un pepino
Si sos una mami veggie y tu hijo tiene una alimentación consciente no esperes que sepa lo que es un churrasco. Jugábamos con el mercadito que trae comida de plástico, entre ellas salchichas, hamburguesas y churrascos, osea, cosas que no forman parte de su dieta cotidiana. Y le pregunté que era lo que tenía en la mano y el contestó muy seguro "pepinos". Estaba claro que no sabía de que se trataba, el significante pepino no respondía ni a la forma ni al color de los churrascos.