jueves, 3 de marzo de 2016

La adaptación al jardín

Es una de las cosas más agotadoras después del casting de jardines y de obstetras. Ahí los papás hacemos las cosas más ridículas que se puedan imaginar. Desde escondernos para espiar a nuestros hijos, irnos al café de la esquina a llorar o salir indignadas porque nuestros hijos estaban más que listos y nos saludaron con la manito con total naturalidad. Y es que soltarlos es difícil y nos cuesta, pero a veces también nos cuesta que ellos nos suelten. Nos preguntamos ¿y ahora qué hago? ¿En serio va a estar bien sin mi? ¿Quién mejor que yo lo va a poder cuidar?
Al principio una entra en la salita con ellos, juega pero sobre todo, aprovecha para hacer un registro exhaustivo de todo: limpieza, orden, juguetes disponibles, posibles amenazas en el entorno como cosas punteagudas o niños pegadores, seños que nos caen bien porque percibimos que les tendrán toda la paciencia del mundo a nuestro hijos o seños a las vemos con pocas pulgas. También evaluamos si son muchos chicos o pocas seños. Todo esto lo hacemos en medio de un griterío seguido de llanto generalizado en el que queremos agarrar a nuestros hijos y salir corriendo. Pero no lo hacemos y permanecemos estoicas, encarando todo con total naturalidad porque lo que menos necesitan nuestros hijos es vernos mal.
Después de unos días, nos hacen esperar afuera de la sala hasta que finalmente, nos invitan a retirarnos del jardín. Y ahí nos vamos al trabajo llenas de culpa. La culpa, nunca nos abandona, la culpa nos acompaña siempre, desde el día que nacen nuestros hijos, o incluso antes cuando quedamos embarazadas. 
Cuando yo empecé a ir al jardín, mis papás ya se habían separado hacía un año. Mi mamá se iba al café de la esquina a llorar porque me había dejado estallada en lágrimas y sentía una gran culpa. Un día, el mozo, cansado de verla así, se le acercó y le dijo que volviera a ver cómo estaba yo, que seguro estaba jugando y pasándola bien. Y así lo hizo ella y así me encontró a mí. Fin de la adaptación. Ella dejó de irse con culpa y yo dejé de armarle esas escenas dramáticas.
Otro problema de la adaptación es que es una agonía en cuentagotas. Muchas mamás se piden vacaciones en el trabajo pero a veces una semana no alcanza, porque los primeros días estamos en la sala, después nos sentamos afuera a esperarlos pero no se quedan más que una hora. A la semana siguiente aumentan 60 minutos más y nuestros hijos permanecen dos horas ahí....Es decir ¿quién tiene un mes de vacaciones para hacer la adaptación? ¿No deberían tener los trabajos un parte de ausencia para este período?
La adaptación de mi hijo llevó mas de un mes. El iba con su papá porque yo ya estaba trabajando. Era un drama cotidiano. Un día en el que finalmente mi hijo había logrado entretenerse y jugar, lo engancharon al padre espiando detrás de una pared en el momento que mi hijo se largó a llorar sin consuelo. Ese día le pidieron que fuera la madre. Yo fui a día siguiente, muy convencida de que mi hijo se adaptara porque yo necesitaba ir a trabajar. Fin de la cuestión. 



Este post se lo dedico a mi amiga Natalia y a todos los papás que están pasando por esto en estos momentos.