miércoles, 12 de noviembre de 2014

Como dos adolescentes

Como si todavía siguiéramos siendo dos adolescentes, el sábado mi amiga Cris y yo tuvimos nuestra primera pijamada de madres. Vino a casa con sus dos hijos. Ella y yo tenemos una amistad de 24 años, hicimos la secundaria en los noventa donde lo importado era mejor que lo nacional, los nombres eran todos en inglés y nuestras noches eran de pijama party. En esas noches eternas nos desvelábamos escuchando música de los Beatles y Elvis (siempre fuimos vintage), mientras comíamos papas Pringles y confites Nerds. Eramos adolescentes y hacía tan poco que habíamos dejado de jugar con las muñecas. Después crecimos y nos fuimos a vivir juntas, hasta que ella se casó. Después vinieron los hijos, los de ella primero.

Esta vez en casa sonaba de fondo Baby Tv. En lugar de prepararnos máscaras faciales de avena o pintarnos las uñas mientras hojeábamos la Super Pop (porque todavía Cris Morena no había acaparado ese nicho en el mercado para adolescentes), cambiamos pañales, juntamos chiches y preparamos mamaderas. Mientras nuestros hijos perseguían hasta el cansancio a la gata, que no es que no responda a sus llamados porque no quiere a los niños sino que es porque es sorda. Nuestros dos hijos varones se bañaron juntos con patitos y ranitas flotantes, cenaron y los acostamos. Las tres mujercitas nos quedamos mirando una de Woody Allen. De pronto una dejó de mirar y cerró los ojos, y entonces Alicia, una sagaz niña de 3 años le dijo a su mamá "mamá, la tía se quedó dormida, despertala". Algunas cosas cambiaron en nuestras vidas, otras no. 24 años después, la que se sigue durmiendo primera en las pijamadas sigo siendo yo.

A la mañana cuando mi hijo abrió sus ojitos le dije que había una sorpresa en el living y fuimos caminando juntos de la mano. Hubiera filmado su carita cuando descubrió que sus amigos seguían ahí, fue como si hubiera visto a Papá Noel. Puede que no recuerde con alegría cuando, recién nacido lo vi por primera vez (porque estaba en shock, porque el grito de la enfermera "mamá mirá a tu bebé" no colaborara, porque lo vi color verde), pero este momento mágico lo tengo grabado en mi memoria.


Este post va dedicado a mis amigas Cris, Eleo, Nati, Ruth y Celina por estos 24 años de acompañamiento ininterrumpido. Me siento tocada por la varita mágica al tenerlas en mi vida.

jueves, 30 de octubre de 2014

El futuro de la humanidad

Era lunes y si la niñera llegaba yo podía quedarme un tiempito más en la cama hasta que se hiciera la hora de llevarlo a la pediatra. El fin de semana me había dejado agotada, mucha actividad al aire libre, visitas, juegos. Especulé con que tantos planes lo iban a cansar. Había corrido tanto, había jugado tanto con la perra de mi amiga, se había mojado en la costanera, en la terraza y en el patio de casa que dije "Hoy palma y duerme de un tirón hasta mañana a las 8". No, no. Mi hijo siempre tiene energía de sobra, acumulada en no sé qué lugar de su cuerpito. Como un reloj suizo, a las 7 am está listo para arrancar el día. Y así fue el lunes también. Fui optimista y pensé, lo retengo un rato dando vueltas en la cama hasta que llegue Ro (la niñera). Pero a las 8 ella me mandó un whatsap (somos re modernas) diciéndome que se había quedado dormida. Ro, vive en Gonzalez Catán, muy, muy, muy lejísimo. Listo, esa fue la gota que rebasó el vaso. Quise gritar fuerte de odio, de bronca, de frustración, de agotamiento. ¿Cómo que se había quedado dormida justo el único día que no tenía que salir volando a la oficina? ¿Cómo puede ser que Ro no sea perfecta justo cuando más la necesito? Lo miré a mi bebé y le dije que mamá estaba muy cansada, que no se podía levantar de la cama (en serio, me dolía todo el cuerpo), que si no quería mirar unos dibus. El me devolvió una sonrisa que dejó caer el chupete y me trajo corriendo el pato mientras decía "cua, cua, cua".

Y resulta que ahora cuando estamos juntos, está sólo conmigo, es decir, no comparto la tenencia de los fines de semana que es cuando su papá trabaja de noche y sólo viene a verlo para bañarlo y acostarlo. Ahora viene a casa, antes estaba ahí. Y eso supone que todo el cúmulo energético de mi bebé se debe agotar conmigo. Bah, conmigo y con sus amiguitos, con mis amigas, con la abuela, con juegos y las salidas que armo para él. Pero el punto, es que a mi me cansa bastante el rol completo de mami de fin de semana. Porque necesito tener una conversación con otro adulto, de política, del último estreno de David Cronenberg, de laburo, hasta de las innundaciones del fin de semana. Algo adulto que me recuerde que pertenezco a un mundo que no se agota en la dupla mamá-bebé.

Pero bueno, arranqué el lunes sin poder despegarme de la dupla. Eso sí, me lo lleve a desayunar a un bar. Necesitaba ver a otra gente haciendo vida de adultos, atendiendo cosas importantísimas, leyendo el diario y definiendo el futuro de la humanidad mientras nosotros esperábamos que se hiciera la hora para ir a la pediatra.

viernes, 17 de octubre de 2014

Partirse

La noche que mi marido me dijo que se iba a ir de casa soñé que paría. Me desperté sabiendo que mi sueño había sido en extremo inadecuado. Parir en este contexto de crisis de pareja era una locura. No pude evitar preguntarme por qué había soñado con un nacimiento. Me acordé eso de que el nacimiento de un hijo implica un (re) nacimiento para una. Y pensé ¿otro? A tan sólo un año de haberme convertido en madre tengo que volver a renacer? En qué me voy a convertir esta vez? Qué es lo que estoy pariendo? Dicen que parir es partirse en dos. Nosotros que éramos dos nos partimos en tres y ahora él parte.

Esta año, al mismo tiempo que me iba convirtiendo en madre me fui perdiendo de mi. Tanto que pensé que nunca más me iba volver a encontrar. Hasta que me encontré.También me fui perdiendo de él y él de mi. Y acá estamos, como dos extraños sin conectar. "Las parejas tienen crisis, algunas más, otras menos graves. Y la llegada de un hijo hace volar todo por el aire. Algunas logran rearmar las piezas y otras no" dije en un momento de nuestra conversación. Mis viejos no pudieron.

Ahora que hace un tiempo que me siento bien, ahora que logré disfrutar de mi hijo y de esto de ser madre, no tengo la dicha en la pareja. Será que, como me dijo una amiga, todo no llega en el mismo momento. Puede ser. Sólo espero que nos llegue el momento a nosotros dos que alguna vez nos elegimos para para aventurarnos en esto de tener un hijo.




miércoles, 8 de octubre de 2014

Los códigos de la plaza

La plaza tiene sus códigos y el arenero más, porque es un espacio chico y cerrado donde se supone que los niños juegan en armonía. Mentira. Ayer descubrí que este lugar puede ser el escenario de una masacre. Sobre todo cuando después de un fin de semana de lluvia la plaza estalla de pibitos, todos a la salida del cole y el jardín. Primer problema: la superpoblación.

Segundo problema: la mezcla de edades. Nene querido, estás más cerca de la pubertad que del chupete, claramente tu lugar no es adentro del arenero. Y ¿qué carajo hacés con la pelota de basquet acá? Tenía ganas de decirle todo eso mientras veía la pelota ir y venir como un proyectil por encima de la cabeza de los más chiquitos. Pero me contuve, tenía que ganarme el certificado de buena conducta.

Tercero: la obligada socialización. Flor venía de renegar igual que yo, de la plaza, ella menos preparada, todavía con la ropa de la oficina puesta "Me torra cuando nenes más grades se te acercan y se te ponga a dar charla. Andá a hablar con tus papás o con un amiguito. Yo quiero estar con Manu que no lo vi en todo el día". Nati agrega "Odio que los nenes grandes ostenten habilidades como hamacarse fuerte o treparse" como si una tuviera que festejárselas obligatoriamente. 

Cuarto: encontrarte a la mami progre. La venía llevando bien, fomentando el intercambio con otros bebitos, teniendo alguna conversación amable, prestando chiches, hasta que vino esa nenita, notablemente mayor y le manoteó el chupete a mi hijo, y junto con el chupete el vasito involcable. Ya lo había estado mirando con ganas cuando yo levanté la cabeza buscando a sus padres para avisarles que la nena tenía sed. Me preocupaba que tomara del vaso y ellos la vieran, qué iban a decir, tomando algo de un extraño... Con chupete y vasito en mano la nena salió al pique y atrás, corriéndola, otra al grito de "Juana devolvelo". Me levanté de nuevo buscando a los padres de Juana pero nada, hasta que se acercó una mamá (la de la nena que corría atrás de Juana). Le expliqué que la nenita que corría con el chupete de mi hijo puesto, le había arrebatado también su vasito. Y ella fresca me dijo "Ah, quedate tranquila, mi hija se crió asi, compartiendo vasos y chupetes y no le pasó nada. Acá es así, se inmunizan". Bingo! Ahora me tengo que sentir culpable porque no fomento el amor de libre cambio entre niños desconocidos y sin padre ni responsable en el arenero de alguna plaza porteña? Dale mami progre, no me vas a confundir, no soy una obse pero todo tiene un límite. La carita de mi hijo clamando por su chupete marcó el fin de nuestra visita a la plaza. 

Resultado: no obtuvimos el certificado de amigos del arenero.



Este post va dedicado a mis amigas Nati y Flor y a todas las mamás del arenero.

viernes, 3 de octubre de 2014

El sueño es una pesadilla

El problema del sueño o que el sueño sea un problema no es novedad para los padres primerizos. En su nombre hacemos malabares y tenemos nuestras peores pesadillas. Que los bebés no duerman lo suficiente para que nosotros logremos descansar, que si duermen en la cama con nosotros, que llore sin parar cuando lo ponemos en su cunita, que se nos despierten cuando por fin logramos que se duerman, que no duerman lo suficiente y nos arruinen una salida o que se nos queden dormidos en medio de una obrita de teatro.
Un artículo publicado en La Nación recorre distintas opiniones profesionales acerca del dormir de nuestros hijos. La experiencia reciente me dice que no hay recetas, ni libritos para seguir al pie de la letra (cosa que me encantaría y me simplificaría la vida!), que el sueño como la maternidad, es una disciplina de la improvisación, la flexibilidad, el ensayo y el error.
Mi bebé había pasado a su habitación tempranamente, para sorpresa de mis amigas madres primerizas, pero cuando volví a trabajar tuve que repatriarlo a nuestro cuarto porque se despertaba muy angustiado. Del catre pasó precozmente a la practicuna porque un día lo encontré durmiendo con las patitas colgando y casi me infarto. ¿Cómo había logrado moverse si ni siquiera dominaba su cuerpito? Capítulo aparte, que alguien me explique cómo logran moverse los bebés mientras duermen porque es de no creerlo. De dormir en la practicuna en nuestro cuarto pasó a dormir en la cama con nosotros. Parecía un retroceso pero me resultaba más cómodo para la lactancia nocturna y él dormía sin despertarse tanto. Pero necesitábamos más espacio así que decidimos ampliar el territorio. Una king size puede ser lo mejor que te puede pasar, excepto a la hora de tener que comprar las sábanas y los acolchados que son carísimos! Igual, nos dimos cuenta que el espacio no era la solución, nuestro bebé se seguía moviendo y dibujaba su propia geografía: un ángulo de 90 grados en medio de nosotros trazando una H.
La crisis del octavo mes marcó un nuevo límite en el mapa nocturno. Eran berrinches infinitos por no querer acostarse pero yo necesitaba que mi bebé se durmiera para, al menos a la noche, disponer de una hora a solas conmigo misma y por qué no, a veces con mi marido. Entonces trazamos nuestros límites del territorio. Constantes y con mucha paciencia (me encantaría que se vendan tabletas de paciencia en la farmacia!), logramos acompañarlo para que se durmiera en presencia nuestra, en su dormitorio. Después de más de dos meses de ardua labor, mi hijo logró dormirse en su cuna a excepción de cuando está enfermo que pasa a compartir el lecho con nosotros o como ahora que cumplió un año y lo despierta una angustia recurrente en la madrugada. Me pregunto cuáles serán  sus pesadillas. Definitivamente las mías fueron creer que por meterlo en nuestra cama nunca más lo iba a poder volver a la suya. La irreversibilidad en los niños no funciona. Esa creencia de que si le das la teta cuando la pide la va usar de chupete y vas a vivir con la teta afuera para mí, es falaz. Al contrario, creo que posibilitar a que nuestro bebé tenga su teta cuando lo demanda hace posible que no la esté pidiendo las 24 hs del día. Lo mismo que compartir la cama con nosotros.

Mi breve encuesta casera arroja los siguiente resultados:
-de 10 bebés sólo 1 logró el hábito de dormirse sólo tempranamente
- 4 de 9 bebés lograron dormir en sus cuartos sólo después del año
- 6 de 10 comparten la cama con sus padres parcial o totalmente
-3 mamás hemos recurrido a especialistas y libros sobre el sueño
-todas nos hemos preocupado muchísimo por el sueño de nuestros hijos

martes, 16 de septiembre de 2014

Delta de Venus

Hoy mi hijo cumple su primer año y sin él este blog no existiría. Así que habiendo llegado a este punto del viaje me parece oportuno agradecer. Voy a empezar agradeciendo a todas las mujeres que durante el embarazo y el puerperio tuvieron una presencia vital, y cuando digo vital, me refiero a lo más literal de la palabra, a que sin esa ayuda yo sentía que moría.

Sigo por mi amiga Eleonora que me contactó con una profesional del embarazo y postparto. Por enero del año pasado yo estaba tan convulsionada como embarazada, tan muerta de miedo como llena de vida, tan habitada por esa presencia que no sabía bien quién era ya. Y María Pichot fue mi brújula y mi mapa en este nuevo territorio. Me ayudó a delimitar las fronteras entre mis miedos, lo inesperado y lo que se podía esperar. Y así pude empezar a esperar de otra manera, con nuevos saberes y con la convicción de defender lo que quería.

A Cristina quien me dio el primer regalito para mi bebé y fue testigo de mis lágrimas en más de una ocasión, cuando le confesé que todavía no lo quería, que no le había comprado nada. Ella me juró que lo iba a amar como a nada en el mundo (tenía razón), que iba a ser buena madre y que iba a tener toda la vida para comprarle cosas. Yo me sentía una desalmada por no sentir nada o mejor dicho por estar enojada porque eso que crecía dentro mío era responsable de tanto malestar. ¿Acaso el amor y la maternidad no venían de la mano?

A mis amigas que, a pesar de no ser madres, se quedaron conmigo más de una noche porque mi marido trabajaba y yo no me animaba a quedarme sola con el bebé. Gabi y Mariela, cuidaron a mí bebé mientras yo recuperaba horas de sueño. Nati, que acababa de perder a su mascota, viajó 1.140 kilómetros para conocer a su ahijado. Venía de no dormir de la tristeza y pasó a no dormir durante tres días para atenderlo de noche.

También le doy las gracias a mi vecina Juliana porque de su boca salieron palabras que me dieron esa seguridad que no tenés apenas te convertís en madre. Ella me dijo "Tenés todo lo que necesita tu bebé. Tenés tetas, leche, brazos y amor". Y a su amiga y puericultora Paula, quien me dio tranquilidad y me prometió que no me iba a quedar sin leche, que lo que me pasaba era un desfazaje entre la producción de leche y la demanda del bebé. Y gracias a ella seguí amamantando.

A mi grupo de madres primerizas y nuevas amigas, esa red que resultó en grupo de whatsap funcionando las 24 hs del día los 7 días de la semana. Nos conocimos en yoga para embarazadas y nunca más dejamos de acompañarnos. Vivimos los partos en tiempo real y la realidad de parir nuevas vidas. Tener a alguien que estaba atravesando lo mismo que una en el mismo momento fue una gran compañía porque lo que para vos es un mundo, para el resto del mundo es insignificante. Y hablando de grupos quiero dar gracias a las madres del taller de música para bebés, con quienes compartimos canciones y catarsis. Con ellas la maternidad parece algo tan sencillo.

Finalmente, doy las gracias a Mariela por el regalo que me hizo, Delta de Venus de Anais Nïn para que "Te acuerdes que siempre, por más cansada que estés o cuántas responsabilidades tengas, podés ser una amante apasionada".

martes, 9 de septiembre de 2014

Odio a los taxis

Esto va sin eufemismos: los odio. Señor taxista ¿Alguna vez se pregunto qué siente una mujer cuando usted le hace que no con el dedito, sin frenar y con cara de asco? Por favor! Un 0800 INADI por acá para mujeres embarazadas y con bebés!

Ya me resigné a parar taxis en la calle porque, básicamente no te paran, así que ahora soy rehén de los radiotaxis (debería haber cambiado el título del post). El problema empieza con la operadora cuando intento explicarle que "Viajo con un bebé y un carrito, así que mandame un vehículo gran..." me interrumpe diciéndome que ya lo envían y me corta. Y claro, después pasa que el taxi que llega tiene un tanque de gas en el baúl y un tanque de mala onda encima. Le pido al texista que se fije si el carrito entra en el asiento de adelante y me responde que no porque le voy a rayar el auto. Entonces ya desencaja de mí y de mi buen humor de domingo a la mañana, porque me quiero ir de mi vieja a comer ravioles y este tipo no es capaz de ponerle media onda, le digo a los gritos "Ahora me lo dice? ya tengo al nene con el cinturón puesto adentro del huevito? Por qué vino, si yo avisé que viajaba con un carrito?". Pero él le hecha la culpa a la operadora que no le avisó, así que agarra el radio y les informa que se retira de mi domicilio porque no entra el carrito. La operadora le contesta que no tiene móvil para mandarme. Fin de la historia. Me quedo en la vereda con el carrito, el huevito y mi hijo, pensando que ya debería haber llegado a la casa de mi mamá y estaría comiendo ravioles con tuco.

Esto de mi mala suerte con los taxis empezó antes, cuando embarazada chocamos mientras íbamos a Retiro un día antes de Navidad. Mi marido no tenía el cinturón puesto, yo sí porque soy una obse de la seguridad vial. El tipo se quedó dormido en el volante, así de insólito. Terminamos arriba de la vereda estampados contra un árbol. Desde ese momento, mi obsesión se volvió fanatismo, y con un bebé, uf! Mi preocupación (una de las últimas) es que cuando los bebitos ya no entran en los huevitos no hay medidas de seguridad para viajar con ellos. Esto tiene consecuencias directas sobre mi hijo porque, con casi un año, tiene que seguir entrando a la fuerza en el huevito.

Conclusión: definitivamente tengo que acelerar esto del curso de manejo, sacar el registro y mover el auto que tengo durmiendo en la puerta de casa.



Este post va dedicado a Mariana (sí, de nuevo). Ahora hago un pedido especial a los automovilistas: tengannos paciencia a las mujeres madres que manejan, no nos toquen bocina mientras subimos el bebé y guardamos el cochecito en el baúl, porque podemos ponernos nerviosas y olvidarlo en la vereda.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Jardín maternal

"Crecer es tener entrevista en un jardín maternal" dijo una amiga. Yo que ya voy por la quinta visita miro al techo a ver en qué momento sale despedida la bolsita de oxígeno, como cuando hay despresurización en la cabina. Y es que necesito respirar porque empezar a buscar jardín para tu hijo te enfrenta con tus miedos (y los de tu marido), tus expectativas (y las de él), tu comodidad (y la suya), los principios (los que compartís y los que no), etc.

Tenés que negociar entre el jardín que habías soñado para tu bebé y el que existe en tu barrio, al que podés llegar empujando el carrito sin necesidad de tomarte un taxi. Tenés que cinturear entre jardines con maestras y directoras amorosas pero que no tienen ni un patio para que tu hijo vea otra cosa que esas cuatro paredes. Tenés que explicar, ya por sexta vez (¿en qué momento pensé que esto iba a ser más sencillo que el casting de obstetras?) que comen orgánico y preguntar si le podés mandar la vianda. Pero como ninguna de las amorosas directoras entiende un jopo de lo que les estás diciendo, reforzas con una palabra que las devuelve al universo de sentido compartido "Somos vegetarianos y comemos orgánico". Lo decís mirando cómplice a tu marido que se manda tremendas milanesas a la napolitana con fritas. Pero, como acodamos antes, "si sólo les digo orgánico no me entienden así que dejá que lo resuma así y otro día se los explico". Cordialísima, la dire del último jardín, nos cuenta que el menú del comedor fue realizado por una nutricionista y supervisado por un pediatra, que tiene la combinación justa de carne dos veces por semana, verdura dos e hidratos sólo una vez. Que en invierno desayunan té con leche y en verano juguito. "Juguito tipo Tang?" le pregunto mientras pienso que mi hijo no necesita colorantes ni endulzantes artificiales para su merienda y recorro mentalmente qué podría mandarle para reemplazarlo.

Salgo abrumada porque son demasiadas cosas a las que prestar atención. Me doy por vencida de antemano porque sé que aunque me esmere en prepararle el taper todos los días hay zonas que van a escapar de mi control. Y eso me angustia pero ¿a quién no? ¿Para qué quiero que tenga computación en sala de 3? ¿Y si se pega un porrazo subiendo esa escalera que es tan empinada? ¿Miran la tele mientras comen para "relajarse"? ¿Le limpiarán los mocos o andará como esa nenita que los tenía chorreando hasta la boca? ¿Comerá lo que le mando o querrá lo que come su amiguito?

Como sea, definitivamente crecer es tener entrevista en un jardín maternal porque angustia, preocupa y te empuja la imaginación hasta ver grande a tu bebé. De pronto te lo imaginás llegando con los ojitos pegados de sueño, cargando su mochilita, despidiéndote con la manito y por favor que no lo haga llorando.



Este post está dedicado a Mariana F y a todas las mamás que están buscando jardín para sus hijos.



martes, 26 de agosto de 2014

Contradicción

Me encuentro con un compañero de trabajo que se reincorporaba después de su licencia por paternidad (tres miserables días a los que tuvo que pegar sus vacaciones para poder estar con el bebito) y le pregunto cómo va todo ahora que ya son familia numerosa. Este es su quinto hijo, algo poco común de encontrar por estos días en donde una familia se vuelve numerosa con dos hijos y una mascota. El me cuenta que el de 2 años volvió a agarrar la teta y ahora la comparte con el recién nacido. Que su mujer no duerme pero que no lo sufre porque ella entra en un estado de trasendencia espiritual en donde todo le resulta llevadero porque está más allá (algo que me hubiera encantado experimentar esas noches en que lloraba por no poder pegar un ojo). "Cuando decidimos con Laura tener más hijos sabíamos qué sacrificábamos, pero estuvimos dispuestos a hacerlo. Igual yo tengo mís días en que eso me pesa y me quejo de no haber podido terminar el doctorado y que me tuve que quedar en un laburo en el que me siento desaprovechado. Entonces ella se enoja y me dice que es el sacrificio que los dos hacemos, pero yo le contesto que ésta es mi contradicción, que a veces aflora y que me la deje vivir como tal".

Qué claridad mental la de este hombre que reflexiona sobre la maravilla de un hijo y la contradicción que conlleva. Recuerdo la amargura que experimentaba mientras me debatía entre ser una madre con tiempo para maternar y una profesional realizándose como tal. Tengo un trabajo que me permite un horario flexible para poder pasar bastante tiempo con mi bebé, sin necesidad de que vaya a una guardería. Al menos el primer año, ese es el acuerdo con mi marido, combinar nuestros horarios para cubrirnos entre los dos y la niñera. Pero se trata de un trabajo en el que no soy feliz, ni me siento realizada como profesional. Es un trabajo, como dice mi compañero, en el que me siento desaprovechada. Sin embargo, elijo mantenerlo, con esa contradicción. 

Una lectora del blog contaba que sus amigas madres le decían que no dormían, que estaban histéricas pero que igual eran re felices. Esa aclaración no convencía a nadie. ¿Qué pasaría si dijéramos que hay días en que no somos felices, que un bebé recién nacido te enfrenta con tus propios límites, que hay días en que preferirías no levantarte de la cama, que te pegó mal el puerperio y que estás re deprimida? Pienso que la contradicción es inherente del ser humano, pero en ciertas ocasiones como la maternidad, no permitimos que tenga cabida. Por eso celebro el coraje de mujeres como Carla Kudnowsky y Gisela Marziotta por hacer público su relato de la maternidad, lejos de las poses y las fotos de las revistas. Y festejo la actitud de todas las mujeres y los hombres que nos permitimos ser honestos y hablar de la contradicción. 

viernes, 15 de agosto de 2014

Entre el bricolage y la revolución

Mi mente es drástica, cada vez que veo cualquier cosa no puedo evitar pensar en su vida útil, en cuánto tiempo tardará en ir a parar al tacho. Por eso, ahora que se acerca el cumpleaños de mi hijo, me debato entre el bricolage y la revolución. 

"No es que no le gustan los chiches, lo que pasa que tiene el mismo cajoncito con peluches desde que nació" me dijo una amiga que había venido a jugar con su bebita a casa. Yo sostenía mi comportamiento asceta anti consumo en su no necesidad. Pensaba "Es un bebé, qué otra cosa necesita además del amor de su mamá?". La respuesta me quedó más que clara cuando lo vi entretenido con ese camioncito con piezas para encastrar de otro de sus amiguitos. Y es que no comulgo con el mundo Disney, el universo Mickey, y los juguetes con pilas y músicas estridentes que te queman la cabeza. Pero claro, mi hijo es un bebito como todos y no un buda que se contenta con contemplar el más allá. Digamos que sus necesidades están en el más acá. 

Me vi a mi misma siendo terriblemente cruel. No pude evitar acordarme cómo sufría cuando mi mamá me hacía regalar una vez por año los chiches que ya no usaba, que eran contados porque no tenía muchos. Mi vieja se había divorciado en los ochenta, vivíamos con lo justo en plena inflación y no había posibilidad de inflarme mucho la recreación. Me divertía con lo que había pero yo siempre soñaba con la muñequita tal o el último modelo de Barbie. Me acordé de qué pronto me hizo tomar conciencia de la pobreza y de las carencias de los demás. Supongo que eso me sirvió para, a pesar de ser hija única, no tener ese comportamiento cliché de hijo único, para ubicarme en el mundo, digamos. Sin embargo, ahora que lo pienso, quizás eran relatos un poco drásticos tirando a crueles. Quizás alcanzaba con decirme que tenía que regalar aquello que ya no usaba para que otro nene pudiera usarlo. Como hice con la ropita de recién nacido de mi hijo, sin siquiera pensar en un próximo bebé. No obstante, ¿Cómo no equivocarse sobre todo cuando se trata de inculcarle algo tan arraigado como nuestros principios de vida? ¿Cómo no ser estricto ni determinante?

Consideraba que mi hijo no necesitaba tener una habitación repleta de juguetes que no usara, pero me di cuenta que en cambio, tenía un cajoncito con cosas que tampoco usaba porque eran de recién nacido y ya iba a cumplir un año. Así que fui corriendo a una juguetería y le conseguí ese camioncito de encastrar, le compré dos animalitos de tela en una feria sustentable y un pata-pata para que ande por la casa. También compré cartulina de colores para hacerle banderines para su fiesta de cumpleaños. 

Algo que me preocupaba del festejo del año, era la cantidad de chiches que le fueran a regalar. Temía encontrarme con una pila de cosas que seguramente él no necesite. Sin embargo, no voy a hacer conclusiones apresuradas y sólo les pediré que traten de evitar los juguetes que funcionen con pilas. No habrá tarjetas de invitación, souvenires ni bolsita, sí habrá decoración hecha por mí que procuraré guardar para el próximo festejo, torta y tambores hechos con latas recicladas (idea de mi amiga mamá primeriza Flor O).






lunes, 4 de agosto de 2014

Mi amiga soltera

Cada vez que visito a mi amiga soltera me recuerda cuánto anhelo volver a ser un poco la que era. Qué linda esa vida de cosas ordenadas y tiempo para una. Llego a su casa un sábado por la mañana: ojerosa, sin maquillaje, las uñas sin pintar, transpirando porque bajarme del taxi con bebé, carro, huevito, bolso y cartera, es peor que la peor clase de spinning. Esas clases que a mi amiga le encantan.

Fuimos a su casa con mi hijo y mientras intentábamos conversar y tomar mate, ella me miró levantarme infinita cantidad de veces de la silla para sacar todo lo que estuviera al alcance de mi bebé. Creo que se cansó de las repetidas interrupciones a nuestra charla y de escucharme decir "no", "eso no", "tomá esto", "se rompe". Apesadumbrada, me dijo "Uf, creo que estoy considerando eso de ser madre algún día". Y su apreciación me devolvió en espejo esta imagen de una yo tan agotada que no puedo hacer otra cosa que llorar. Ella es la misma que me había dicho que se lo dejara una día, que me lo cuidaba para que yo fuera a hacer mis cosas. Pero cuando, el sábado, le dije medio en chiste, medio en serio "Te lo dejo un día de estos" ella me respondió "Paso", más en serio que en chiste.

Me escapo un segundo de la vista de mi bebé y entro al baño. Mi amiga soltera tiene una colección de esmaltes, cremas y maquillajes. Yo hace 10 meses que no me pinto las uñas y me maquillo en la oficina con la misma sombra color sepia. Ya me olvidé cómo era tomarme el tiempo para combinar los colores. Cómo volver a ser la que era, me lo pregunto cada vez que dejo de pensar en pañales, horarios y papillas del bebé. En sus urgencias que son constantes y estructuran mi día y mi noche. Antes yo miraba Isat y Europa Europa, ahora sólo miro el reloj para ver a qué hora se va a dormir mi bebé. Antes escuchaba música, a veces Beirut, la banda de sonido de una película francesa o Lisandro Aristimuño; ahora lo único que tarareo son las canciones de Magdalena Fleitas, Los Canticuénticos o el Dúo Karma. Siento que mi bebé llenó tanto mis días y mis noches que me vació de mí, de mi yo antes del bebé.

Es una cuestión de tiempo, me dijo alguien. Que el primer año es así pero después pasa y volvés a tener tiempo para vos. Volveré a tener una casa ordenada, una colección de esmaltes y un color de sombra para cada día? Volveré a ver la última producción de ese director de cine que me encanta en lugar de tararear Samba Lelé? Volverán los colores en reemplazo de las urgencias?


Este post va dedicado a Gabi: que encuentres tu lugar en el mundo, que ahí te encuentres a vos y a él, y seas muy feliz. Te voy a extrañar!


jueves, 24 de julio de 2014

Trabajo de parto

Hay algo que sí fue como esperaba, o mejor dicho, como quería que fuera. El trabajo de parto. Sobre todo porque tuvo mucho que ver con el trabajo previo al de parto, el trabajo de cuerpo, mente y espíritu que hice para prepararme para ese momento. Muchas mujeres prefieren ahorrárselo, ¿para qué sufrir al pedo? se preguntan y arreglan agenda con el médico para la cesárea. A menos que exista contraindicación, en el trabajo de parto se desencadenan procesos químicos y hormonales que resultan beneficiosos, tanto para la mamá como para el bebé. No soy médica ni pretendo ser exhaustiva con esto. Lo que sí sé, es que el parto es parte fundamental de nuestra vida sexual como mujeres y ahorrarnos un paso, saltearnos un escalón definitivamente dice algo. ¿Por qué no nos involucramos? ¿Por qué preferimos que las decisiones las tomen otros? ¿Por qué tememos tanto algo que venimos pudiendo hacer ancestral y naturalmente?

En el post anterior conté todo lo que había hecho para procurarme un parto natural. Estaba optimista y dispuesta a darle la bienvenida con todo mi cuerpo. Así que una mañana de sábado muy temprano me desperté con una pequeña pérdida de líquido. Nos habían explicado que el líquido de la bolsa podía oler a dos cosas: semen o lavandina. Mi líquido olía a semen. (Nunca me imaginé fabricando semen, creí que eso era patrimonio masculino). Pensé que había fisurado bolsa y que el nacimiento era inminente, así que decidí darme una ducha en absoluta complicidad con mi bebé y recién después fuimos a despertar a mi marido. Nos despidieron nuestros vecinos con sus hijos saludándonos en la vereda. El viaje a la clínica fue rarísimo, nos miramos con complicidad, sabiendo que todo iba a cambiar. Pero la médica que me revisó nos mandó de vuelta, "Tenés sólo 2 centímetros de dilatación, venís bien pero falta", y a mí eso me sonó a que íbamos a esperar una semana, no que al día siguiente íbamos a volver para que nazca nuestro bebé. 

Al día siguiente empecé con contracciones a la madrugada y las tuve todo el día. Habíamos invitado unos amigos a almorzar así que, a cada ratito, yo me levantaba de la mesa en intervalos de 15 o 20 minutos para pasar las contracciones en la cama. Después volvía, seguía comiendo y conversando. Era tan llevadero que no me parecían contracciones de parto, no eran trabajosas, ni sistemáticas ni regulares. Sólo algo molestas y eso me llevó a la guardia recién a las nueve de la noche porque para mí, la molestia era por una infección urinaria. Así le dije al médico que nos recibió "Estoy con contracciones pero no son de parto. Vengo por una infección urinaria, me duele mucho cuando hago pis". Me revisó y me dijo "Te vas a desvestir y te vas a quedar internada" yo me indigné, quizás por la orden de que me desvistiera y le contesté que pensaba irme a mi casa. Pero él insistió "Tenés cinco centímetros de dilación, no te vas a ningún lado, va a nacer tu bebé". Ese día aprendí dos cosas: las contracciones no son de manual y pueden ser algo llevadero. Del consultorio de guardia pasé a la sala de partos, me obligaron a hacerlo en silla de ruedas, ya estaba con 6 centímetros de dilatación. Tenía muchas ganas de hacer pis así que iba y venía al baño. Me dejaban caminar, me había asegurado de preguntárselo a mi obstetra, la chata no era negociable. Lo único que tenía que ir arrastrando ese carrito del suero, al que por supuesto intenté resistirme, pero no me dejaron opción, porque es protocolo de internación, aunque no lo necesites, aunque no estés enferma.

Cada vez que me venía una contracción me ponía en cuclillas o en cuatro arriba de la camilla, respiraba profundo, la pasaba. Habían bajado las luces, la partera me cubria el cuerpo mientras yo me movía para no quedar desnuda. Tenía el monitoreo rodeándome la panza pero me dejaban moverme igual. Eso también me lo había asegurado, sabía que pasar las contracciones acostada por obligación podía ser doloroso. Cuando comprobaron que mi bebé no se había rotado me anunciaron la cesárea. Me largué a llorar y ellos (partera y médicos de guardia, mi obstetra estaba en camino) intentaban consolarme diciéndome que si tenía otro iba a salir solo, por lo rápido que había dilatado.

El resto de la historia ya la conocen, lo que me queda además de la satisfacción de haberme dado la posibilidad de pasar por esa experiencia laboral que supone el trabajo de parto, es la convicción de que mi bebé eligió cuándo venir a este mundo y de que se puede. Cuando hay deseo y acompañamiento todas podemos hacerlo, algunas logramos parir a nuestros hijos y otras llegamos hasta donde nuestros bebitos nos lo permiten. 

martes, 8 de julio de 2014

Aceptar y sanar

"Fuiste madre hace muy poco y todavía tenés cosas por sanar" me dijo el gurú en mi última sesión de shiatsu. Y es verdad porque mi bebé ya tiene 10 meses y yo todavía, aunque ya no me la paso llorando, no puedo digerir que nada haya sido como pensaba. El parto es una de las cosas.
Yo me había preparado con yoga, con grupos de embarazadas, había leído sobre las posturas, los ejercicios, la respiración, había trabajado mi cabeza y mi cuerpo con María Pichot. Estaba lista para parir a mi hijo y lo iba a hacer de cuclillas. Había encontrado al médico que me iba a dejar pujar en la posición que yo quisiera y a la clínica que promovía el parto natural. También practicaba a diario la contracción del suelo pélvico, mulabanda como le dicen los yoguis. Esto me iba a ayudar en la dilatación y la expulsión. Y de hecho me ayudó porque llegué a la clínica con 5 cm. 
Yo había hecho todo pero mi bebé no se había girado. "Está de pelviana" me decía el obstetra sin que yo entendiera una palabra. "Que si no se da vuelta tenemos que hacer una cesárea" pero yo seguía esperando que mi bebé se diera vuelta. Ibamos a dejar que se desencadenara el trabajo de parto mientras estuvieran bien los monitoreos y las ecografías. Así que yo le hablaba a mi bebito mientras me ponía en cuatro patas porque había leído que esa postura favorecía la rotación. Lo hacía a escondidas porque mi marido me había pedido que dejara en paz al bebé con algo que era mi deseo y, evidentemente, no el de él. "Vos ya viniste a este mundo y lo hiciste a tu manera. Este es su momento, dejalo que nazca como él quiera" me dijo en un rapto de sinceridad. Y a mi me pareció hermoso, lloré y le prometí que aceptaría. Pero no.
Tampoco acepté cuando, en la clínica, me dijeron que iba a cesárea. Me resistí. Empecé a temblar. Estaba congelada, no podía para de tiritar. Mi cuerpo convulsionaba y no era por las contracciones. Se me caían las lágrimas y todos me preguntaban si me dolía algo, si estaba bien. No estaba bien, los odié a todos y quise que desaparecieran. Tuve la sensación de que si me quedaba a solas con mi bebé todo iba a estar bien. Me sentí invadida. No quería que me lo saquen pero ya tenía las piernas dormidas por la peridural. Resultó que además de no haberse girado tenía vuelta de cordón. 
El gurú me explicó que cuando la energía está muy desequilibrada y, por algún motivo, esta empieza a circular para reacomodarse, el cuerpo pierde temperatura, se congela. Yo tirité todo el tiempo que duró la cesárea y hasta que llegué a la habitación. Habíamos dejado de ser uno fusionados en mi cuerpo y ahora estábamos cada uno por su cuenta. Este enjambre de energía, espíritu y materia que había coexistido por nueve meses llegaba a su fin en medio de un  procedimiento quirúrgico en una sala de hospital. Definitivamente no era lo que había imaginado. Pero como dicen las cosas son como son, no como nos gustaría que fueran. Eso es aceptar y aceptar es la antesala de sanar. 

martes, 1 de julio de 2014

El Casamiento de Muriel

La vi por primera vez cuando era una adolescente. Me identifiqué de inmediato con aquella Toni Collette regordeta soñando con su vestido de novia, desesperada por ser amada. Y la escena de ella cantando Waterloo, vistiendo uno de esos trajes había sido lo máximo. En aquel momento yo me quería casar, a pesar de no creer en Dios ni en la iglesia, quería un novio y un vestido blanco, y también escuchaba ABBA. 
La segunda vez que la vi fue en el 2007 en Belfast, Irlanda. Habíamos ido a ver a nuestra amiga de la secundaria Ruth que vivía allí hacía 6 años. Natalia y yo viajábamos con algunos euros en el bolsillo y eso nos obligaba a economizar en todo, sobre todo en la comida, así que volvimos raquíticas. Pero esa semana que estuvimos en Belfast, comimos como animales de engorde y nos reímos como tres colegialas viendo El casamiento de Muriel. Yo seguía mirando revistas con vestidos de novia pero había dejado de escuchar ABBA. Había conocido a alguien un mes antes de viajar. "Para un par de salidas" les había dicho a mis amigas porque no le veía futuro a la relación. No tenía una carrera universitaria, vivía de prestado y dormía en un colchoncito que enrollaba todas las mañanas. Lo único que le importaba era hacer música.
La tercera vez la vi sola, hace algunos días. Mi bebito dormía en su habitación y mi marido trabajaba. Enganché la peli recién empezada y ni lo dudé. Verla de nuevo era recorrer mentalmente como las escenas de la película, estos momentos de mi vida. Terminé con aquel joven músico que había conocido antes de viajar. La relación sin futuro se convirtió en 7 años de relación. Adoptamos dos gatas, viajamos juntos a Europa, visitamos a Ruth, compramos un PH a refaccionar y tuvimos un hijo. 
Como Muriel, qué idea tan romántica que tenemos acerca del matrimonio. Tan irreal como lo que creemos que es el amor hasta que nos ocurre y como es la maternidad hasta que vemos las dos rayitas en el Evatest.   Yo finalmente encontré a un hombre que me ama y aunque creo que me tendré que conformar con el certificado de convivencia que tramitamos para la obra social, les confieso que no dejé de soñar con el vestido blanco.


Este post se lo dedico a dos románticas, Ruth que atravesó un continente persiguiendo su sueño y Nati que sueña hasta despierta. 

martes, 24 de junio de 2014

En construcción

Tenían que pasar nueve meses para que me volviera a sonreír el alma. Fue sin esperarlo y sin darme cuenta que una mañana de estas frías en las que la vereda esta llena de hojas, salía para ir a trabajar y mientras caminaba por Dorrego hacia la B del subte, me di cuenta. Había vuelto a ser feliz. Sonreía.
Dicen que los bebés humanos tienen nueve meses de gestación intrauterina y nueve más, de maduración extrauterina. Nacen precoces, por decirlo de algún modo, y a los nueve meses cuando ya comen sólido (además de la leche), mueven sus manitos y pueden agarrar cosas, se paran y pueden desplazarse, se los considera no tan dependientes. Después de un paso turbulento por la crisis del octavo mes (que coincidió  con mi momento más crítico, existencial) mi bebé casi que duerme de corrido. Eso nos cambió la vida, a mi y a mi marido.
"Estás en reconstrucción" me dijo María Pichot. Y yo me imaginé como una obra sin terminar con la faja de peligro puesta, con mucho movimiento: carretillas cargadas entrando y saliendo llena de escombros; con un volquete lleno de sobrantes, cosas viejas y cosas que hay que dejar; apuntalada con esas maderas del encofrado que es esa estructura que permite rellenar con hormigón hasta que se seca y puede sostenerse sola. Para rearmar mi estructura tuve que buscar "nuevos lenguajes" como lo llamó María, y recurrir a la Homeopatía. Les juro que ahora soy fan. Después de haber visto el cambio que generó en mí, quiero que todo el mundo goce de sus beneficios. Me dieron un liquidito en un gotero muy vintage y con nombre de superhéroe "Phosphorus". El me salvó, logró aplacar las migrañas premenstruales, la tristeza y me devolvió la seguridad interna que había perdido. Ya no tengo miedo a la noche ni me siento desamparada. Estoy de mejor humor en general y aunque no logro controlar algunos arrebatos como gritarle a un auto porque me pasó cerca o lanzar puteadas tan seguido que provoco al risa de mi marido, "te prefiero así, me empezás a resultar divertida", siento que me saqué un peso de encima.
Como una obra en construcción pasaron nueve meses para que fraguaran los materiales de mi nueva subjetividad. Recién ahora puedo pensar en que el bebito nació y nos quedó pendiente hacer la cocina. El embarazo llegó ni bien nos mudamos, antes de que pudiéramos refaccionarla. 


Este post va dedicado a mi amiga Ceci, fan de la Homeopatía.

miércoles, 18 de junio de 2014

Madre primeriza y miope

Ser madre primeriza no es tarea fácil. Si encima de eso tenés una mascota, es menos sencillo. Y si para colmo tenés dos mascotas, dos gatitas que hasta que nació tu bebé eran tus nenas mimadas, uf! Pero imaginate si además de eso, una de tus gatas es sorda, como en mi caso, y no sabe maullar a volumen gato promedio y tira unos alaridos disonantes a volumen grito. Bueno, definitivamente la cosa se pone áspera.
Me levanto una mañana, como todas en las que Rubí se cuelga de la manija de la puerta de nuestro dormitorio para entrar y yo corro atrás de ella para retarla porque no quiero que despierte al bebito. Entonces llego a la cocina porque Atenas, la sorda, ya empezó a gritar por su comida. Pero no me da tiempo y tira la lata del alimento que hace un estruendo latoso contra el piso de la cocina. La reto, le digo que se calle, pero ella no me escucha y grita pidiendo mimos. Le hago unas palmaditas en el lomo, sin ganas, porque estoy pensando en volver a la pieza, a aprovechar los minutos que me quedan antes de que se despierte el bebito. 
Después de un rato nos levantamos todos: el bebito, mi marido, las gatas y yo. En el living descubro un olor fuertísimo y temo le peor. Le digo a mi marido "Estas hicieron pis adentro". Me doy cuenta que habíamos olvidado las piedritas en el patio y entonces me pongo a buscar como loca dónde hicieron pis. Encuentro el peor lugar donde pudieron haberlo hecho y entiendo el mensaje. Algo así como "Fuimos desplazadas por este nuevo ser que nos manotea torpemente y nos persigue por la casa, estás de mal humor, nos retas todo el tiempo y ya no jugas con nosotras". Elucubro todo eso en mi cabeza y me siento cupable pero me enfurezco porque ellas hicieron pis en el huevito. 
Así arranca mi día: el bebito que pide un cambio de pañal porque se hizo caca, las gatas que mearon adentro, yo de rodillas en el baño lavando la funda del huevito con un cepillo. Me siento la Cenicienta del cuento, en pijama, sin haberme podido lavar los dientes con un universo de vocesitas clamando ser atendidas.
Me voy a trabajar y vuelvo corriendo, no llego, se va la niñera así que me tomo un taxi. En el taxi me hago consciente del agotamiento, se me caen las lágrimas pero no quiero llegar a casa y que me vean así. Para disimular me pongo los lentes de sol, unos RayBan que son enormes y me tapan la cara. Le pago, me bajo corriendo y entro a casa. Justo a tiempo, se va la niñera. Me hago unos mates y todo se ve muy oscuro, tengo puestos los lentes de sol, lanzo una puteada porque me dejé los anteojos en el taxi.
La jodita del olvido me sale carísima: una visita sin turno al oftalmólogo porque eran el único par de anteojos que tenía "Con tu miopía y astigmatismo tenés que tener uno de repuesto" me reta el médico, rogar en la óptica que me los hagan lo antes posible, andar dos días con anteojos de sol en la oficina siendo el blanco de preguntas "estás bien? te pasó algo?" y $500.
Tener dos gatas, una de ellas sorda, ser madre primeriza y miope, uf! Puede convertir tu día en una imagen borrosa que prefieras olvidar.



miércoles, 11 de junio de 2014

Fútbol, hombres y maternidad

Fútbol, hombres y maternidad pueden ser otra combinación explosiva. Sobre todo si como yo, sos cero futbolera y esperás con más emoción el Festival de Cannes que el Mundial. Estar embarazada de un varón me significó tener que mirar todo el campeonato porque era el deseo de mi marido que el bebito palpitara a su equipo desde la panza. Eso fue una verdadera prueba de amor pero lo de este año, qué quieren que les diga, eso de ponerme la camiseta de Argentina, de comprarle una a nuestro hijo y estar los tres de celeste y blanco, me da pánico. Además convengamos que las camisetas esas le quedan bien sólo a las modelos tetonas.En ellas quedan sexys pero en mí que mido metro y medio y apenas tengo aumentado un talle de corpiño porque sigo amantando.... Creo que si la Selección me viera con la remera no saldría ni a la cancha.
Además les tengo  que confesar que ya me siento como La loca de mierda de Malena Pichot y eso me preocupa. Mi marido es de Lanús y se llama Daniel, y siento que en cualquier momento encuentro un banderín en mi cocina y le digo que da a grasa. 
La diferencia es que yo vivo con este hombre, él ya entró en mi vida hace 7 años, él y su fútbol. Justo conmigo que soy un ratón de biblioteca menos popular que Nativa, esa bebida que Coca Cola sacó de circulación porque nadie consumía, sólo yo, claro, que no tomo gaseosas. La diferencia es que él no es un mamerto como el Daniel de La loca de mierda, y como lo amo dejé entrar el fútbol a mi vida y eso fue un camino sin retorno. Ahora nuestro bebito tiene dos credenciales, la de Lanús y la de Osde.
Hoy empieza el mundial, el domingo juega Argentina y nuestro bebito va a ser testigo de la humillación más absoluta: su madre vestida con la camiseta de la Selección preparando flan casero para el partido.

Este post va dedicado a mis amigas futboleras: Nati, Flor C, Flor O y Lau. 

domingo, 1 de junio de 2014

Políticamente incorrecta

Hay reacciones que no me pertenecen o que por lo menos no iban conmigo antes de ser madre. Ahora todo parece haber cambiado. No estoy exagerando pero hay comentarios que hubiera controlado, medido, intentado dentro de lo políticamente correcto. Hoy no logro frenar el impulso. Igual les confieso que aunque me hacen poner colorada estos arrebatos resultan tan liberadores, que pienso cómo no lo hice antes.

"Juntá todo que nos vamos"
Irme de un evento social repentinamente sin dar explicaciones me parecía de mal gusto. Estábamos en una quinta, nuestro bebito tenía tres meses. Hacía un calor de morirse, había mosquitos, todo pegajoso. Mi marido estaba en el quincho con nuestro hijo porque ahí estaba un poco más fresco. Al rato, una horda de mujeres lo habían rodeado y se pasaban a mi bebé de brazo en brazo mientras él lloraba a los gritos. Llegué al quincho y ellas me dijeron "No te preocupes entre todas te lo calmamos". Murmuré "quién..." y pensé "quién te lo pidió?" pero no sabía si mi marido les había dicho algo. Traté de pensar en algo rápido mientras ellas me decían "tiene hambre por eso llora así" "tiene sueño, no se puede dormir" y se lo cambiaban de brazos mientras me daban indicaciones. "Andá tranquila, nosotras nos encargamos" parecían las brujas de algún cuento. Me enfurecí, lo miré a mi marido y le ordené delante de todas "juntá todo que nos vamos". Les arrebaté a mi hijo y abandoné el lugar.
Por qué esas tres mujeres suponían que mi marido necesitaba de cierta presencia femenina? Por qué entonces cuando llegó la madre de la criatura, osea yo, no me lo daban e insistían en resolverlo ellas? Es que me estaban viendo como una primeriza inexperta que no sabían cómo proceder, lo que es carecer de criterio porque como les dije hacía calor y estaba insoportable, cómo mi bebito no iba a estar molesto.

"Qué le diste?"
Llegamos a nuestro primer cumpleaños de amigos con hijos, el homenajeado cumplía un año. Al rato mi hijo estaba a upa de una mina que no me cae muy en gracia. No obstante, no soy una madre posesiva y lo dejo, que vaya con otros, que ande por ahí. Ojo, siempre relojeando. De pronto veo que la mina se está comiendo una hamburguesa y que mi bebito mastica algo, sentado en su regazo. Se me transforma la cara y con el pelo volando cual Tormenta de X Men le digo elevando el tono "Qué le diste?!". Me responde con otra pregunta "Lo tenès naturista al nene?. Yo que la quiero matar por lo que acaba de hacer y por lo mal construida de la frase, no le digo nada pero ella insiste. "Te lo pregunto por cómo me hablaste...". Ah! no puedo creer tanto descaro! Le explico que él todavía no come y menos hamburguesa. Me sigue discutiendo y yo ya no puedo creer su nivel de caradurez. "Pero él ya tiene más de seis meses, no?" me dice. Le explico que todos los bebés no comen a la misma edad y que además tiene que tener en cuenta que podría ser celíaco, diabético, vegetariano o qué se yo qué. Pero que no se le da de comer a un bebé que no conocés sin preguntarle a su madre. Otra vez le digo a mi marido furiosa "Nos vamos".

"Vieja chota"
Insultar en público? jamás hasta que... Estaba en la cola del banco y había un padre con un bebito que lloraba, tenía la carita roja y los moquitos le chorreaban de la nariz. Le digo al de seguridad si no lo podía dejar pasar, él asiente y lo acompaña al primer lugar de la fila. Yo seguía manteniendo contacto visual con el padre y él me explica que está así porque venía de vacunarlo. Se me estrujó el alma, quise abrazarlo. La señora que era la próxima en pasar lo mira y le dice que va a pasar ella porque ya había hecho toda la fila. "Qué?" grito yo "Cómo podés ser tan egoísta? No te das cuenta que tiene un bebé y está llorando?". Nadie adhirió a mi apreciación y hasta el papá del bebito me hizo un gesto de no importa. Pero yo estaba indignada, cómo podía ser tan chota? Arremetí "Sos una vieja chota" mientras la mujer se metió en el box de las cajas. 

martes, 20 de mayo de 2014

¡A otro lado!

Existe un líquido en la industria veterinaria que se llama "Fuera de aquí" o "A otro lado" dependiendo de la marca. Sirve para alejar a los gatos de sillones o camas que puedan rasguñar. Uno rocía la superficie y el olor repele a los gatos.
No importa si antes ibas a bares cancheros y frecuentabas lugarcitos chic para tomar el tè, cuando tenés un bebito basta con que atravieses la puerta con el carrito para que te miren como al anticristo. Tampoco importa si ponés tu mejor empeño en correr con cuidado mesas y sillas para no golpear nada, y si le pedís a tu bebito que haga silencio para no molestar a nadie. La moza, cuando llegue a tu mesa, va a bufar porque tiene que hacer piruetas para dejarte lo que pediste esquivando el carro, los chiches y al bebito que la mira a la espera de una morisqueta. Esos barcitos te encantaban porque te servían el té en hebras, elegías los blends y unos panificados delicatessen. Pero sabelo, no están preparados para tu bebito y vos. Ahora tu lugar está entre esos bares a los que nunca se te hubiera ocurrido ir, esos del tipo Plaza del Carmen, comedores gigantes con pelotero y muchos televisores.
Pero yo me resistí a dejar de ser esa chica cool que era y cité a mis cuatro amigas madres a un topísimo lugar de Belgrano donde dan clases de cocina, cursos para emprendedoras y tienen mesas para compartir. A medida que íbamos llegando los comensales nos tiraban esas miraditas de "qué hacen acá con esos bebés?" "qué desubicadas, cómo van a venir acá con esos carros".  Yo había llegado antes para organizar la cosa. Hablé con el encargado para ver en qué mesa podía ubicarnos para no molestar y dónde podíamos poner los carros "plegados para no ocupar espacio". Parecía que estaba rogándole que por favor no nos condenara al destierro, pero el tipo no ponía la mínima voluntad en tratarnos como a los demás clientes. Es más, estoy segura que le hubiera encantado rociarnos con "Fuera de aquí" y "A otro lado". 
Cuando ya éramos cuatro de nosotras con nuestros bebitos y carros perfectamente plegados abajo de la mesa se había formado una cola de gente esperando para entrar. Llevábamos más de media hora y la moza ni siquiera nos había traído la carta. Eramos inmigrantes ilegales en ese país de glamour. Hasta que una de nosotras dijo "No quieren ir de mi vieja?Vive a la vuelta y nos podemos tirar en el living con los bebes". Fue unánime, levantamos chiches, abrigos, abrimos carritos, paraguitas y juntamos los sobrecitos de azúcar y servilletas que nuestros bebitos habían desparramado por la mesa.  No es cuestión de que piensen que somos madres que perdimos el sentido de ubicación.
Así encaramos la vereda haciendo un bloque de carros, bebes y mamás dispuestos a tener nuestro sábado de glamour en otro lado.

Este post va dedicado a mis amigas madres: Flor O., Flor C., Nati y Lau.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Tratando de volver a mí

Toqué fondo y salí a flote. Es evidente que la proximidad de mi cumpleaños ofició de condensador de males. En la misma semana yo cumplo 34 años y mi bebé 8 meses. Tiene dos dientitos y todavía no come. Mis días mejoraron un poco, retomé yoga sin demasiadas pretensiones y es como si me hubiera empezado a desintoxicar. Me teñí las canas y me pinté las uñas, dos cosas que no hacía hace mucho tiempo.
Tengo 34 años, un hijo, un marido, dos gatas y una casa. Tengo todo esto que quería, pero a veces no sé cómo combinar o cómo hacer que todo esto combine conmigo. Tengo leche y menstruación, estrógeno y prolactina, vida profesional y vida de hogar, pañales descartables y ecopañales. Tengo momentos de juego que comparto con mi bebé y otros en los que quiero el botón de apagado. Soy madre joven pero ya no soy una pendeja. Volví a verme atractiva después de tanta mutación en el cuerpo. Ahora leo sobre maternidad y bebés, dos temas que jamás me habían interesado hasta el momento. También leo sobre la pareja, es difícil hacerla encajar en el nuevo esquema familiar. A veces es como si de compañeros pasáramos a ser organizadores de horarios, gestionadores de mamaderas y administradores de compras. Y esos días parecemos más una sociedad anónima que una unión producto del amor. "Estoy teniendo días mejores" le dije hace poco a mi marido mientras almorzábamos los dos solos. "Ya me di cuenta, estás más linda" me respondió.
Les comparto lo que encontré en otro blog. Me resultó tan familiar como si lo hubiera escrito yo :
"se supone la llegada de un hijo debiera ser una bendición pero todo lo que siento está mal, está lejos de ser eso … Pero para muchas, la verdad de las verdades, es que a veces, la llegada de un hijo, incluso la noticia del embarazo transforma todo lo que veníamos armando, en un caos. En puerperio nos volvemos locas, locas de amor, de rabia, de penas, de dudas, de alegrías, de dolores, de dudas, ¡locas! y muchas veces locas y solas. Entonces, ¿por qué la llegada de un hijo debe ser en tonos pasteles? Ustedes ya saben, la maternidad y sus momentos me revuelven el útero, el corazón y las neuronas, justamente, porque es uno de los terrenos de la vida de las mujeres más complejos de atravesar.”
No sé bien cómo ocurrió, capaz fue un alivio por poder llorar, gritar y decir mi malestar. A veces las cosas suenan peores dentro de mi cabeza que cuando finalmente las digo. Tampoco quiero alegrarme demasiado ¿y si fuera sólo un claro en medio de la oscuridad? De cualquier manera la maternidad no es tarea fácil o al menos no me está resultando a mi. "Fabricar seres humanos es una locura" dice una embarazada en una comedia romántica. "Estoy tratando de volver a mi" le dije a María Pichot.

martes, 6 de mayo de 2014

¿Debería ser feliz?

Debería ser feliz. Tengo un hijo ¿acaso no es la cima de la realización del ser mujer? Debería estar feliz, entonces. Pero tampoco. Les confieso a mis amigas lo que creo que es terrible  "Antes de embarazarme agradecía todas las mañanas por la vida hermosa que tenía. Me sentía plena, feliz. Desde que nació el bebito no logro volver a sentirlo. No sé quién soy, no me siento yo". Soy una versión desmejorada de mi, color sepia, mediocre, cansada, aburrida, depresiva y dominada por las hormonas. 
Llevo siete meses de puerperio violentísimo y cuatro ciclos menstruales que están acabando conmigo. Me duelen los ovarios como nunca y sangro como una adolescente debutando su femeneidad. La hemorragia me dura una semana entera pero el malestar arranca una semana antes, y también la paso mal cuando ovulo. ¡Hasta me duele la cicatriz de la cesárea! En síntesis me siento como el culo casi todo el mes. 
Arrojada a los caprichos emocionales causados por el subibaja de hormonas consulto al médico. "Es la prolactina -me dijo el ginecólogo- cuando dejes de amamantar se te va a normalizar el ciclo". Muy alentador, mi felicidad depende de interrumpir la lactancia. Mientras tanto no me puedo emborrachar, ni "salir de el planeta solamente por un rato" como dice Fabiana Cantilo. Mientras, lloro a diario, me frustro por no sentirme bien, discuto con mi marido. Tengo la sensación de que casi nunca me entiende ni se percata de mi precariedad existencial, ni él ni nadie.
Mi bebito tiene siete meses y yo debería estar recuperada de todo ya, de las horas de sueño, de los cambios de humor y de un cuerpo tan intervenido por la medicina moderna y occidental como no comprendido. Quizás debería ir al homeópata, nunca fui pero intuyo que podría comprender mejor mi desorden físico, mental y espiritual. Y es que a veces ni siquiera hay una razón. Como dice mi amiga Flor "a veces me paso todo el día con un nudo en la garganta y estoy a punto de llorar", ella tiene un bebito pero ya no prolactina. "Es como si un dementor me hubiera sacado el alma" nos confiesa Nati, también madre reciente.
Me abruma la presencia de este nuevo ser en mi vida que requiere cuidados y atención permanente. Lo miro y quisiera ser de otra manera con él, no esta fuckin versión de madre depresiva, pero él parece ni enterarse, siempre sonríe y está feliz. A veces nos reímos juntos y me doy cuenta que se ríe como yo, haciendo un ruidito para adentro como si se ahogara de tanta risa. Y pienso que al menos él es feliz.

miércoles, 23 de abril de 2014

La maternidad te desborda

Antes imaginaba bastante cómo sería tener hijos. Un día le dije a mi marido que cuando tuviéramos uno no quería que nuestra casa se viera invadida de las cosas del bebé. Me refería a que sus cosas se convirtieran en parte de la decoración: el sillón, la mesa y las sillas Luis XVI recicladas junto con la mecedora Fisher Price y el cochecito; por ejemplo.
Sin embargo nuestro hijo tiene casi siete meses y sus cosas conviven con las nuestras, amontonadas, desordenadas, sin combinar. Una postal que no tiene nada que ver con las fotos que se ven en las revistas de diseño. Y es que la maternidad te desborda, desborda lo que eras, desborda tu paciencia, desborda tus espacios y tus horas de sueño. Ah, y tu living. Por lo menos el mío en este momento tiene mantas, sonajeros, chupetes y muñequitos Lamaze arriba de la mesa y del sillón en el que estoy sentada. Ahora que mi marido y mi bebito se fueron de paseo, estoy sola en casa y pienso en todo lo que podría hacer. "Debería ordenar esta pila de ropa limpia en el placard. No mejor archivo la ropa que ya no le entra al bebé y pongo a mano la que le está por quedar chica así la uso antes de... No, no, mejor hago cosas para mí. Mejor me pinto las uñas, me depilo, me fijo si me entra un jean de los de antes". Pero la verdad es que no consigo levantarme del sillón. Quedé en la misma posición desde que los despedí.
Engancho en la tele un diálogo entre dos madres culpógenas: Charlotte y Miranda de Sex & The City, que, medio borrachas, se confiesan el alivio que sienten al estar lejos de la casa un par de días. Una le dice que su hija menor no para de llorar y que ya no la aguanta mas, y la otra le confiesa que volvió a sentirse ella misma ahora que lleva dos días sin ver a su hijo y marido. No tengo nada en común con estas dos mujeres de clase media alta, neoyorquinas, que toman tragos en un hotel en los Emiratos Árabes; sin embargo, me doy cuenta que la maternidad tiene algo que nos iguala, acá y en Estados Unidos, en la vida real y en las películas. Y es que la maternidad te trastoca y extrañás poder volver por un ratito a ser quien eras.
Miro las cosas del bebito que me rodean y me doy cuenta cuánto necesitaba este momento de silencio sola en casa. No voy a ordenar, voy a dejar que me aturda la nada, que me deje pasmada en medio de las cosas. Está oscureciendo, escucho la estufa soplando gas y el tren, que a pesar de que está lejos, cuando hay silencio se oye. Quiero aprovechar este momento, vivirlo con intensidad, guardarme estas sensaciones para la próxima vez cuando ellos vuelvan y la maternidad me desborde.

miércoles, 16 de abril de 2014

Quejosa

No quiero ser una quejosa me repetía a mi misma, pero desde que quedé embarazada no paraba de quejarme. Empecé quejándome por no encontrar un obstetra que me comprendiera en lugar de hacerme sentir una ridícula con ideas naif acerca del parto, hasta que después de seis visitas logré dar con el doctor que me dijo "ojalá que yo ni tenga que ponerme los guantes... la semana pasada le armé a una chica para que lo tenga en el piso". Seguí quejándome porque además de las náuseas, las palpitaciones, la baja presión, los dolores de cabeza, cintura, tetas y ovarios; sentía que mi embarazo no era lo que había soñado, hasta que una amiga me dijo que fuera a ver a María Pichot y gracias a ella entendí que lo que me estaba pasando tenía que ver con asumir un rol activo en un momento tan fundacional para una mujer. "Algunas mujeres no se preguntan nada, no tienen inquietudes y otras, como vos, eligen preguntarse, tomar decisiones y para eso hay que tener mucho coraje", me dijo en nuestro primer encuentro. Me quejaba por desconocerme, por no entender qué me estaba pasando, los cambios de humor me habitaban con tal intensidad que era como estar en medio de un tsunami hormonal. 
También me quejé cuando, con mi bebito recién nacido, me sentí más sola que nunca en la vida, pero más que soledad lo que tenía era desolación. Me quejé porque sentía que no tenía ayuda, que estaba triste y que a pesar de que mi hijo estaba sano yo no era feliz. Hasta que un día hablando con mi amiga Eleo tomé conciencia de mi situación: estaba puérpera y eran tiempos de llorar y patalear. Me dijo que dejara de resistirme que no intentara ser pensante, medida y racional. Le dije "Tenés razón, a partir de hoy voy a militar mi puerperio, voy a embanderarme en mis hormonas". Y pude deprimirme sin culpa y también pude salir de esa depresión.
"La queja no es mala, al contrario -me dijo mi analista- es el principio de la cura. Sin queja no hay posibilidad de cambio, de transformación". Según él, ahora la queja goza de mala prensa en detrimento de un estar bien que anula nuestra capacidad de auto observación. Mi experiencia es que sin la queja no hubiera podido atravesar este proceso. Nunca me hubiera enterado de qué se trataba el parto respetado, nunca me hubiera sentido una mujer libre y orgullosa de haber defendido mis deseos frente a un sistema (sanitario, social y cultural) que si te puede hacer encajar en el moldecito mejor.

martes, 8 de abril de 2014

Un año y la lactancia

Un año era el tiempo que yo quería amamantar a mi hijo. Me parecía un tiempo suficiente y necesario para su adecuada nutrición. Pero como toda noción del tiempo es abstracta e inútil a menos que tenga alguna relación con la realidad. Mi realidad fue que la lactancia me costó muchísimo, literalmente sangre, sudor y lágrimas. Me costó más que recuperarme de la cesárea. El primer mes no podía vestirme, no aguantaba que nada rozara mis pechos afiebrados, se me habían estallado los pezones y me salía sangre en lugar de leche. El segundo mes seguía usando las pezoneras de silicona lo que suponía un contacto mediado por una cosa de plástico entre mi bebé y yo. El tercer mes, dolían un poco menos pero todavía mi pezón no había copiado la forma necesaria para que la boca de mi bebé lo alcanzara sin problema. Fue alrededor del cuarto mes, cuando las heridas empezaron a sanar que descubrí que un día estaba disfrutando de ese momento maravilloso. Lo miré mientras tironeaba con su boquita mi aerola y se me escaparon un par de lágrimas. Por fin había alcanzado ese momento idílico de conexión mamá-bebé. Pero habían pasado cuatro meses y hoy no sé si estaría dispuesta a pasar por eso de nuevo.
Nada de esto lo sabía ni lo había tenido en cuenta cuando había decidido dar la teta por un año. Tampoco había imaginado que levantarme de tres a cuatro veces por noche (habiendo empezado a trabajar) iba a fastidiarme tanto que deseé que a mi marido le nacieran pechos. Pero me había agarrado con tanta fuerza de la lactancia que la convicción se me convirtió en fundamentalismo y el esfuerzo en tosudez. Lo miraba a mi bebito mamando en la penumbra y pensaba "otra vez? me acabo de acostar" "cuánto más vas a tomar que me quiero ir a dormir, dale, dale, dale". Era evidente que no disfrutaba de ese momento, ni siquiera ahora que ya no me dolían. Estaba claro que no podía seguir sosteniendo así la lactancia. Empecé a sentir que el cuerpo no me daba y que aunque luchara con eso (como dijo una amiga) no quería seguir poniéndole el cuerpo. 
Ahora pasaron 6 meses desde que nació mi bebé y siento que la lactancia y yo empezamos a despedirnos, lentamente. Remplacé las tetas de la noche por mamaderas con leche de fórmula, eso nos permite turnarnos con mi marido y mi hijo duerme algunas horas más. Tenía miedo que si reemplazaba algunas tomas me quedara sin leche (qué mujer no tiene esta fantasía?) pero la verdad es que mi bebito sigue prefiriendo mis tetas y ellas siguen dándole su leche. No sé cuánto tiempo más tomará la teta así en esta nueva modalidad mixta, no lo había pensado, no tengo una cifra en la cabeza. 

domingo, 23 de marzo de 2014

Primeras vacaciones de madres

Nunca me molestó la soledad. Antes de conocer a mi pareja me llevaba bárbaro con ella, me encantaba estar sola, hacer cosas conmigo misma. Veraneaba sola, iba sola al cine, a bares. Cuando lo conocí tuve que aprender a compartir mi soledad, digamos que era tirando a fóbica. Ahora que nos vamos de vacaciones con nuestro hijo por primera vez, la soledad acecha: me da miedo estar solos con el bebé. Convengamos que un bebito te agota, "son vampiritos energéticos" decía un profesor de yoga y la verdad es que pensar en tenerlo las 24 hs del día sin nadie más con quien compartirlo que nosotros dos, en principio me agobia. Acá están la niñera, los vecinos, los amigos, la abuela, pero en una cabaña en medio de la sierra de Córdoba mmm... Ahora extraño mi estar sola con migo o solos con mi marido. Será el cansancio, o que una añora lo que ya no tiene o será que tengo que aprender a compartir nuestra soledad con nuestro hijo. Ahora solos adquiere una nueva connotación: antes éramos nosotros dos, con nuestros planes de pareja, nuestras rutinas, nuestros gustos y también con nuestras vacaciones. Nos encantaba viajar, pero ahora con un bebé de 6 meses me agobia pensar que quizás nuestras vacaciones no sean lo que hasta ahora entendíamos por eso. 
A menudo hacemos el chiste de que nuestro hijo está en un all inclusive, come, toma, duerme, es bañado y mimado a su gusto y que nosotros somos sus sirvientes. Asi que cómo no temerle a estas 24 hs de convivencia durante 7 días. Además de eso está el viaje en avión, ¿se lo bancará bien?, el viaje en micro hasta Los Reartes ¿y si se larga a llorar? ¿y si me olvido algo de todo lo que tengo que llevar?. Vamos a un pueblito ínfimo así que embalé pañales, leches, ropa.
Fuimos, estuvimos y volvimos. Me olvidé el chuepete de repuesto (solo tenía uno que estaba rajado en ambos extremos, así que muchas veces lo miré con un miedo a que se me rompiera en el medio de la noche... pero no pasó). Al final la pasamos bien, tuvimos días mejores y peores. Disfruté de que mi hijo tuviera contacto con la naturaleza desde temprano, tuve algunos momentos de silencio y tranquilidad en medio de los árboles y alguna noche de conexión con mi marido, como antes. Volvimos sanos y salvos los tres, y me di cuenta de tres cosas: mi bebé se super adapta a nuestros planes; cuando yo descanso soy otra, tengo paciencia, buen humor y ganas de jugar con él; y cuando me bebé tiene un mal día yo tengo también.

Este post va dedicado a mi amiga Nati y a los buenos y no tan buenos momentos de nuestras primeras vacaciones como madres.

sábado, 8 de marzo de 2014

El lado oscuro

Yo creí que me conocía hasta que quedé embarazada. Después de tantos años de terapia me consideraba una persona alegre, optimista y feliz. Hasta que quedé embarazada. El día que vi las dos rayitas en el Evatest se me vino el mundo abajo, y aclaro, a pesar de haber sido algo buscado. El dicho es que el que busca siempre encuentra, pero para mi una cosa fue buscar, que fue con bastante ilusión y felicidad y otra, muy distinta encontrarlo. Quizás porque lo que encontré (naúseas, mareos, dolores de cabeza, angustia, ganas de llorar porque sí, dolor de ovarios, de tetas, de cintura; baja presión y taquicardia) no fue exactamente lo que andaba buscando. Tampoco verme sin forma, no encontrar ropa qué ponerme, ni sentirme poco atractiva. 
El día que vi las dos rayitas entré de lleno en la duda, el miedo, el desconcierto. Me pasé al lado oscuro de la Luna. Y es que las hormonas en plena revolución me estaban jugando una mala pasada, iba y venía de la risa al llanto en cuestión de minutos. Me pareció que había tomado la decisión equivocada, me arrepentí tantas veces. Nada me parecía aquel momento idílico que pintaban las revistas de maternidad, ni las películas, ni las famosas embarazadas, ni los relatos femeninos, ni lo que yo había soñado. Así que me sentía incomprendida y como el culo.
"No era lo que querías?" me preguntó alguien, y la verdad, no, yo no quería sentirme así de mal.Ok, el combo viene con todo pero eso no implica que me encante la cajita feliz. Si me hubieran dado a elegir hubiera pedido un embarazo sin los tres primeros meses ni el último en donde ya me sentía un ejemplar de la ballena franca austral. En el noveno mes tampoco me sentía nada atractiva, mi repertorio de vestuario era mas limitado que al principio pero ya no me preocupaba porque lo único que me importaba era estar cómoda. Tardaba un rato en poder salir de la cama porque tenía que dar barquinazos de un lado al otro hasta que lograba tirarme para un costado, me pesaba tanto la panza que ir al almacén de la esquina era una epopeya, y las rodillas me temblequeaban cuando hacía un par de cuadras de más, nunca me tomé tantos taxis en mi vida como en los últimos meses.
Estaba convencida que apenas tuviera al bebé me iba a sentir mejor, iba a volver a ser yo misma. Bueno, eso creía yo en ese momento. Creí que me conocía hasta que entré al puerperio.

En honor a todas las mujeres y a cómo cada una transita su femeneidad. ¿Cómo fueron sus embarazos? ¿Se  acuerdan si se sintieron raras, incomprendidas? ¿Cuáles fueron sus miedos?



viernes, 28 de febrero de 2014

Hablar

Me tomo el subte con los ojos apenas abiertos porque mi bebito se despertó las 5 am con unas ganas locas de arrancar el día. Como no sabe palabras grita y gimotea. Después de varios "bebito es muy temprano para charlar, es hora de dormir" me rindo. Me visto y salgo a trabajar. Sube una mujer con un cochecito y se sienta al lado mío. Inevitable, empezamos a conversar, aunque es muy temprano para hacerlo y las dos querríamos estar en la cama.
El suyo se llama Lorenzo y desde hace algún tiempo no los deja dormir ni a ella ni a su marido, me cuenta. Tiene once meses y dos dientitos asomandole en la encía. Ella es traductora y le resulta muy difícil trabajar porque se tiene que concentrar y con pocas horas de sueño no lo logra. Es brasilera y su marido argentino. Deja al nene en la guardería mientras trabaja, o mejor dicho, sobrevive a la jornada laboral. Dice que Lorenzo recibe con una sonrisa enorme a su seño y que se le tira a los brazos apenas la ve. "Nunca llora en la guardería, la que se va llorando soy yo" ironiza sobre el desaire de su hijo. Me dice que es rarísimo esto que está haciendo porque siempre durmió muy bien, pero que ahora, su marido termina en el sillón llevándose al bebito para que ella descanse, ella en la cama con la perra y sin pegar un ojo porque le dan pesadillas. Me río y le digo que en casa también dormir es un lío, que yo termino con el bebé en brazos, medio desnuda porque los dos nos dormimos en alguna de las tres tetas de la madrugada, las gatas en la cuna y mi marido en el sillón. 
El bebito nos mira mientras se estira los cordones. Me dice además que ambos están muy cansados porque se están por mudar, tienen su casa en obra y ahora van a volver aunque no esté terminada. Hace días que embala las cosas. Entonces me acuerdo de ese texto de Laura Gutman en el que aconseja hablar con los bebés y le pregunto "¿Le dijiste a Lorenzo que se están por mudar?". Me mira descolocada y me dice "No, no le dije nada" se hace un silencio mientras ella piensa "Pobre, por ahí esté pensando en que si lo vamos a llevar con nosotros, si vamos a guardar sus chiches...". Lo mira impostando seriedad y le dice "Vos y yo tenemos una conversación pendiente para esta noche".
La verdad es que no sé si los bebés (antes del lenguaje) logran entender lo que les decimos pero sin duda algo entienden porque en algún momento empiezan a hablar, digo, el lenguaje se les instala sobre alguna posibilidad de comprender que es previa a que lo manejen. Así que pensándolo así, suena bastante lógico explicarles las cosas, aunque para mí a veces sea hora de dormir y para él de conversar.

¿Ustedes les hablan a sus bebés o soy la única demente que lo hace? ¿Sienten que ellos las entienden?

lunes, 24 de febrero de 2014

Doctora Juguetes

Cuando uno tiene hijos empieza a consumir una cantidad importante de dibujitos animados. Hay uno que  me encanta y se llama Doctora Juguetes: es una nenita que diagnostica y cura las enfermedades de los chiches. Tengo la loca idea además, de que fomenta la actitud de arreglar en lugar de tirarlos. Bueno, qué se yo o será que veo actitudes amigables con el ambiente por todos lados.
Ayer encontré a mi doctora juguetes en donde menos me lo esperaba. Parece que es más común de lo que yo creí que las mujeres luego del parto consulten con un proctólogo. Sea por el esfuerzo al pujar o porque esa zona muscular quedó resentida o porque, como en mi caso hubo un cambio brusco en la alimentación, somos muchas las que recaemos en sus consultorios. Aunque no se diga, ni se converse sobre este tema poco feliz de la maternidad, también son muchas las que terminan teniéndose que sentar sobre una rueda porque no pueden apoyar esa parte.
La doctora resultó ser una mujer hermosa que me hizo acordar a mi abuela. Me preguntó "Y decime, además de que no estás pudiendo comer como solías hacerlo antes, de que cuando comés lo hacés a las apuradas y que también vas a las apuradas al baño ¿qué te anda pasando?". Rompí en llanto, qué iba a agregar si ella me había diagnosticado con sólo saber que acababa de ser madre. Me dijo que era muy común, que todo el tiempo recibía pacientes con bebitos. Le conté que hacía seis años que comía orgánico y que era casi vegetariana, pero que desde que nació el bebito y yo había agotado las reservas que me procuré en el freezer, comía mal, cualquier cosa, deliverys. Y que me daba bronca haber cuidado tanto mi alimentación con el embarazo y descuidarla así en la lactancia, porque qué clase de alimento estaba ingiriendo mi bebé. Así que ella me dijo con dulzura "No te castigues tanto. Mirá, si arrancas así ahora, con un bebé de 5 meses... qué te queda para el resto. Estás haciendo lo mejor que podés, que ya es mucho esfuerzo".
Así que en el recetario me llevé anotada una crema y la prescripción de ser más indulgente conmigo misma. 

lunes, 17 de febrero de 2014

Puerperio

Si me hubieran dicho que a los cuatro meses el cuerpo me iba a quedar igual que antes de embarazarme todo hubiera sido más fácil. Si alguien me hubiera dicho que las angustias y los miedos que me atormentaron los primeros meses cuando lo miraba en su cunita como a un extraño, eran lo más normal del mundo, todo hubiera sido más fácil. Si la crema que me salvó de los pezones estallados me la hubieran dado en la clínica y no a los 15 días, no hubiera sufrido tanto al pedo. Si en lugar de asustarme diciéndome que largue las pezoneras me hubieran dicho que mi bebé ya no las iba a necesitar en poco tiempo (como pasó a los tres meses), las hubiera usado sin culpa y la lactancia hubiera sido más fácil para mí. 
Acabo de hablar con una amiga a la que le había pasado todos estos secretos. Pero ella sufrió otras cosas: presión alta que se le disparó cuando se encontró con una comitiva de parientes haciendo cola para entrar a la habitación y, finalmente trastorno del sueño. Tuvieron que medicarla con Alplax para que pudiera dormir. Su impresión fue que sufría más por estar lúcida "lo peor es que racionalmente sabés qué es lo que te está pasando" me dijo.Ella sí había ido a la clase del curso de preparto que hablaba del puerperio. 
Y es que después de atravesar el puerperio sentís que todo hubiera sido más fácil y menos doloroso si alguien te lo hubiera dicho, si hubieras sabido tal y cual cosa; y en parte es verdad. Lo que pasa es que pocas mujeres hablamos de esta etapa, y también muy pocas nos transmitimos ese saber que resulta de haber atravesado la experiencia. Mas bien nuestros relatos se terminan empobreciendo en una versión edulcorada de la maternidad que todos quieren escuchar.
Es verdad que la experiencia es tan singular que parece que no tienen  nada que ver con lo que te contaron, pero cuando logras ver que tus condimentos son sólo los detalles de una misma postal por la que todas atravesamos, entendés que eso es el puerperio. Un estado de absoluta vulnerabilidad y desconocimiento de vos misma. Una pérdida del autocontrol como nunca experimentaste antes. Pero como todo, pasa y como dice Laura Gutman, hay que abrazar la sombra, porque esa oscuridad que te aterra es la misma que logras atravesar vos solita y de la que salís airosa con tu bebé en brazos. Esa sombra es la que te convierte en una mujer madre.

lunes, 10 de febrero de 2014

Teoría del goteo

Eso de que nace tu bebé y te morís de amor por él a mi no me pasó. Ni bien me lo pusieron en el pecho, se me dio por lamerlo como una perra a su cría, pero me acuerdo que lo miraba durmiendo en su cunita y me resultaba un completo desconocido. Y es que, esto no te lo cuentan, tengo la teoría de que el amor va llegando lento, como por goteo. Es con los días, con las miradas, con las caricias, las sonrisas y los cambios de pañales que vas cayendo gota a gota en un profundo enamoramiento con tu hijo. 
Me acuerdo que cuando lo sacaron me ordenaron "Mamá, mirá a tu bebé" y que yo no reaccionaba, o no podía, un poco por el estado de shock en el que estaba (y del cual logré salir un par de semanas después) y otro poco porque tenía dormida la mitad de mi cuerpo y en esas condiciones cuesta un poco levantar la cabeza sin ayuda (¿no saben eso los médicos?). Cuestión que lo miré y pensé "Es verde" y lo miré a mi marido que también le vio un color raro y le preguntó al médico si era normal. Era normal, pero el punto es que tenía delante mío una bolita de vida, color verde con muchísimo pelo, esperando ser amada. Y que ese amor se tardó en llegar, despacito gota por gota.
Ahora ya vamos casi 5 meses y puedo decirles que ando embriagada de amor por él, pero me llevó tiempo y angustia reconocer que, al principio, amaba más a mi marido que a mi bebé. Y es horrible decirlo, porque se espera que la mujer tenga ese instinto maternal que todo lo puede pero el amor es vínculo y eso se construye.

viernes, 7 de febrero de 2014

Combinación explosiva

Lactancia y menstruación es una combinación explosiva que preferiríamos evitar. Si estás amamantando, es porque estás o estuviste hasta hace muy poco, puérpera. Ok, el puerperio y la menstruación tampoco son una buena combinación. Con la lactancia tu cuerpo está en plena entrega a tu hijo, a sus tiempos, a sus mimos, a su necesidad de tenerte. Es como si siguieras en el envión que arrancaste en el embarazo. Con la menstruación volvés a todo lo que te pasaba antes de la panza: los dolores abdominales, a comprar toallitas, a llorar sin motivo y en mi caso a las migrañas. Además, se te suma el desconcierto ¿por qué tan pronto?. En mi fue, lo que me pareció enseguida, a los cuatro meses.
Igual comprobé que así te venga a los seis tampoco estás lista. Siempre te va a parecer que fue demasiado rápido y que no estabas lista para retomar el ritmo loco de tus hormonas. Me pasó que sentí que mi cuerpo hablaba dos lenguajes distintos e irreconciliables: español y chino mandarín, o ruso y portugués al mismo tiempo, sin poder ponerse de acuerdo. Estando abocada por completo a mi bebé, ¿acaso mi cuerpo ya se preparaba para otro? Give me a break por favor! Apenas si logro comprender esto del puerperio.
Me acordé de eso que dice Carla Czudnowsky en su libro Mas Madres Menos Mentiras algo así como que las mujeres somos gobernadas toda la vida por nuestros vaivenes hormonales: el desarrollo, la primer menstruación, el embarazo, el puerperio y la menopausia.

lunes, 27 de enero de 2014

Esa mujer

Le daba vueltas al asunto. Qué quieren que les diga, la idea de poner una niñera me daba culpa, miedo, desconfianza. Me imaginaba un montón de accidentes que podían pasarle mientras yo no estuviera. Pero estaba claro que mi marido y yo necesitábamos una mano. Así que le pregunté a mi psicólogo por que me costaba tanto. El me dijo que, al margen de todos los miedos lógicos que tiene cualquier madre le parecía que yo estaba celosa porque iba a ser otra mujer con quién compartir a mi hijo. Tragué saliva, respiré hondo y pensé "Ah claro, por más que me haga la mami progre, como diría Roxi, de esto a convertirme en la suegra que ninguna desearía tener, hay un pasito. No les voy a negar que la sola idea de que otra iba a criarlo, así fueran dos horas una vez por semana, me ponía loca. Qué va a saber ella de mi bebé, mirá si me pasa como a una amiga que el bebé lloraba cuando se iba la niñera. Una catarata de ideas egoístas y egocéntricas. Igual tomé coraje y empezamos la adaptación. El día que vino no sólo pude ir a la pileta sino que pude compartir con otra mujer que ya tiene experiencia (porque crió dos hijos), mis preocupaciones de madre primeriza. Y resultó que me calmó, me escuchó y me dio su opinión. Y después de compartir a mi hijo con esa mujer, me sentí un poco más adulta y todo fue mejor.

martes, 21 de enero de 2014

La vuelta al laburo 2

Tengo una amiga que volvió esta semana a trabajar. Su bebé es más grande que el mío, ya tiene 6 meses. Igual le costó horrores dejarlo en la guardería, escucharlo llorar desde la salita de al lado, pensar en que va a pasar todo el día ahí mientras ella está lejos de él. Y la verdad es que no importa mucho la edad que tengan porque siguen siendo nuestros bebitos y la culpa por volver a trabajar es algo que tarde o temprano a la mayoría nos toca experimentar. Nos preguntamos si somos egoístas por querer volver al trabajo. Nos decimos que quizas deberíamos extender un mes más la licencia. Pero por más que lo posterguemos está la necesidad económica que apremia y sobre todo, y esto es lo interesante, queremos, deseamos volver a nuestro lugar de trabajo. Es que no sólo somos madres, somos también mujeres trabajadoras y nos gusta lo que hacemos. Para nuestra generación que estudió una carrera y accedió a un trabajo en el que se realiza como profesional es muy difícil el momento de maternar porque implica sustraerse violentamente de este lugar de gratificación personal. Y, como dice Laura Gutman, quedar confinadas a un espacio en el que no hay reconocimiento social, en el que la tarea es dura y se ejerce en total soledad mientras todos los demás siguen sus vidas. A mi me tocó volver a los 3 meses y me bastó que la chica del bar donde pido el café con leche me dijera "Tan pronto volviste? Pero es tan chiquito..." para largarme a llorar y sentir que tenía que volver corriendo a casa.

La vuelta al laburo

Hay cosas que te pasan cuando volvés a trabajar. Una de ellas es la pregunta repetida "nena o nene?", "parto o cesárea". Como si en esas dualidades del tipo Boca o River se pudiera ubicar algo de una. Qué les dice de mí parto o cesárea? Qué esperan saber sobre mi bebé, sobre mí? Qué es lo que me están preguntando? Qué les importa? Les interesa más encasillarme en dicotomías excluyentes del tipo nena/nene, parto natural/cesárea, llora/no llora, que en saber verdaderamente acerca de mi experiencia de maternidad. Me di cuenta de que quien pregunta esto no está interesado en conocer mi vivencia, más bien apuntan a tener conmigo una charla cordial, a un intercambio casi protocolar al verme sin panza después de tres meses. Ni qué decirles de que las categorías dicotómicas excluyen la posibilidad de haber hecho trabajo de parto (a pesar de tener cesárea) porque hasta donde yo sé cualquier parto natural se desarrolla con un trabajo de parto mediante. Entonces, si hice trabajo de parto como cualquier hija de vecina, lo que cambia es por dónde salió mi bebé finalmente. Esto es aún más simplista y hasta roza el voyeurismo... qué quieren que les diga? Si sólo les interesa saber si mi bebé salió por una incisión en mi útero en lugar de hacerlo por mi vagina a gente que apenas saludo en el pasillo, es por lo menos incómodo. Quien sí se interesa en conocer cómo me fue, en cambio, tendrá que pasar la barrera de los 2 minutos de charla y sobre todo estar dispuesto a escuchar una serie blancos, grises y negros. Y eso no siempre gusta. Sobre todo a las mujeres que muchas veces esperamos nos cuenten la feliz experiencia de ser mamá, sin los condimentos agrios, sin los amargos. Con un relato estandarizado sobre la maternidad que en mi caso hizo estragos.