miércoles, 17 de febrero de 2016

Soltar

Dicen que a las madres lo que más nos cuesta es soltar, bueno, a algunas. Yo no priorizo mi función como madre por sobre las demás cosas que me gusta hacer, no siento que deba ocupar un primer plano respecto de las otras. Encuentro mil actividades que van desde mi trabajo, leer mi última adquisición de Ray Bradbury, ir a ver cine de autor u ocuparme de las plantas de mi huerta que me satisfacen tanto como estar con mi hijo. Puede sonar mal, lo sé. ¿Suena mejor la madre abnegada? Puede ser. Pero yo no soy una madre abnegada, eso ya me costó bastantes lágrimas, ver que no encajaba en ese esquema de mujeres que disfrutan tanto dándose por completo a sus bebitos sin importarles qué dejaron de lado. Yo, en cambio, anhelaba volver a todo lo que había dejado de lado. Era por un tiempo, después lo entendí.

Supongo que si una suelta, la mayoría de las veces, sin mucha culpa eso se nota. Quiero creer que algo de esto tiene que ver el hecho de que estos últimos meses fueron de mucho soltar. En principio mi hijo pasó la Navidad a 400 kilómetros de distancia con su familia paterna. Después vinieron las vacaciones con el padre que duraron una semana y redoblaron la apuesta por cantidad de días y kilometraje porque fueron en Córdoba. Nunca habíamos estado separados 7 días y 7 noches. No les voy a decir que fueron días interminables, me la pasé super ocupada, disfrutando de mi tiempo libre y tranquila de saber que estaba bien cuidado y acompañado por un papá todoterreno. Pero el día anterior a que llegara me agarró un ataque de ansiedad, fue el prólogo. Nuestro encuentro en el aeroparque fue de postal, él diminuto se abrió paso entre los pasajeros y las valijas con ruedas y vino corriendo a mi, a colgarseme como un koala y llenarme de besos. "Amo mamita" me repetía mientras yo me estallaba en lágrimas. Tuve que explicarle que uno también llora de alegría cuando vi su carita de preocupación. Y así con él en brazos y yo llorando desconsoladamente sentí que me volvía el pedazo de alma que había extraviado, sentí que volvía a respirar.


Este verano también llegó el turno de soltar el pañal y más tarde el chupete. Mi bebito dejaba de ser bebito y me tuve que cuidar mucho de no volver a usar esa palabra. Le empecé a decir que era mi "nene grande" y otros eufemismos para nombrarlo. Muchas amigas cuyos hijos que ya tienen dos años como el mío, acaban de tener sus segundos hijos o están embarazadas. Ellas están prontas a tener otros bebitos en sus hogares a quienes cobijar y amamantar. Yo acabo de regalarle un bebote de juguete a mi hijo, un poco porque me subleva que solo las nenas puedan jugar con bebitos y los nenes con autos, y otro poco, porque me pareció oportuno para poner en el juego estos crecimientos que estábamos atravesando. Sí, lo escribo en plural. Supongo que en eso reside el éxito que tuvo el juego porque desde que se lo regalé, mi hijo no para de cambiarle los pañales, ponerle y sacarle el chupete, acunarlo en brazos y pedirme a mi que le de la teta. Este juego de roles resultó una verdadera "terapia de shock" para mí. A mi hijo lo vi tan grande de golpe que tuve que empezar a soltar ese bebito que fue hasta hace tan poco, mientras sostenía en brazos al de juguete.


Este post se lo dedico a todos porque soltar es algo que a todos nos cuesta pero también es algo que se aprende.