viernes, 27 de marzo de 2015

"Voy a ser papá"

Ellos cuatro se acababan de enterar que su amigo iba a ser padre. Estaban en el bar tomando unos cafés con cara de velorio. Mi amiga y yo llegamos como todos los miércoles, porque este barcito además de glamour, tiene un patio en el fondo donde nuestros hijos pueden andar sueltos y jugar con autitos. Apenas entramos nos preguntaron cómo se llamaban nuestros hijos porque, ante la sorpresa de la noticia, estaban buscando nombre. 


El futuro padre les contaba que las rayitas del test no estaban del todo claras así que, él y su mujer, habían entrado a la web a consultar el resultado. Era gracioso escuchar a un hombre hablando de las dos rayitas, siempre había asistido a las anécdotas de mis amigas mujeres. De cómo habíamos revisado y vuelto a leer las instrucciones, de cómo mirábamos una y otra vez las rayitas; de si se habían marcado enseguida o si habían tardado en salir, de si había falsos negativos o falsos positivos. Así que me dio ternura ver a este pibe sufrir el desconcierto y pensé para mis adentros bienvenido a la paternidad.

Entre conversaciones con mi amiga nos preguntaban algo y volvían a lo suyo. Escuché a uno de los amigos quejarse:
-Ahora es con cafecito, antes nos juntábamos en una parrilla y tomábamos cerveza.
A lo que el futuro padre contestó:
-Y ¿qué querés? ¿Que te diga que voy a ser padre con un choripán en la boca?
-No boludo, pero si arrancamos desde ahora con el café en lugar de la cerveza... 

El era el primero del grupo en asomarse al vértigo de la paternidad pero estaban todos preocupados, mirando el abismo que significa el cambio de vida cuando llega un hijo. 

miércoles, 11 de marzo de 2015

Ella, la actriz

Me estaba bajando del colectivo cuando lo escuché llorar, afónico. Me pudo el instinto y busqué al niño entre la gente que pasaba por la vereda. Apenas la vi no la reconocí a ella, la mamá del nene que hacía el berrinche, no se veía como en las revistas, radiante con esa luz que lo embellece todo, que los hace ver como la madre y el bebito perfectos. Ella fumaba, maldecía y corría atrás de su hijo. Estaban teniendo un día complicado. Y es que la vida no es foto sino película, y en esta película habían faltado los maquilladores, los iluminadores, los vestuaristas y los guionistas. Ella estaba un poco desaliñada y farfullaba maldiciones. Ella se veía cansada, abrumada, sobrepasada y le decía "qué carajo te pasa que estuviste así todo el día". Ella se veía como una madre cualquiera y no como una actriz. Ella estaba interpretando ese papel que se nos otorga el día en que nos convertimos en madres y nos enfrentamos con nuestros propios límites. Esos que pensábamos que nunca íbamos a franquear hasta que nos encontramos diciendo puteadas o gritando y llorando como histéricas ante la mirada atónita de nuestros pequeños. 

Esa escena me recordó la vez que fuimos a hacerle un book de fotos a nuestro hijo, nos lo habían regalado para su primer año. Nosotros nos habíamos separado justo un mes después de su cumpleaños. Le llevamos sus juguetes preferidos y algo de ropa. La fotógrafa nos ubicó a mi y a al padre de mi hijo en un perfecto encuadre que dio como resultado perfectas fotos. Los dos sonreíamos, jugábamos con nuestro hijo y nos abrazábamos. La vida era perfecta. Quedé destrozada después de interpretar semejante papel y nunca pude colgar ninguna de las fotos que hicimos. Desde hace un tiempo mi living está desnudo después de que descolgué todos los cuadritos con nuestras fotos del viaje a Europa del 2011. 

Si me preguntan si me imaginaba esta foto de mi vida a los treinti de separada con un hijo, les digo que no. Me imaginaba una instantánea de familia feliz yendo el primer día de clases al jardín con nuestro hijo. Pero la vida no es foto sino película y por mas reality que haya me quedo con la realidad,  me quedo con esta actriz haciendo de mamá verdadera y me quedo con mi yo en primer plano: auténtica, triste, desbordada, recompuesta, feliz y mirando para adelante.  



  

miércoles, 4 de marzo de 2015

Thelma y Louise

Apenas volvimos de vacaciones nos encontramos con mi amiga Cristina a tomar un café, ella tampoco había tenido las vacaciones soñadas. Me miró seria y así como quien pide la cuenta me dijo "Nos tenemos que ir un finde a un hotel spa". Y yo sin dudarlo le dije que sí. No me pregunten cómo hicimos ambas para, en el término de una semana lograr que nuestros hijos (ella tiene dos) quedaran al cuidado de sus padres y conseguir alojamiento en Carnaval, donde no cabía un alfiler en ningún hotel, hostería, apart, ni hostel.

Pero a ambas nos comanda una tenacidad sin igual y lo logramos, una finca en San Andrés de Giles, sin spa pero con una pileta que parecía el trono de los dioses del Olimpo. En serio, estaba construida sobre una loma, con un gran deck de madera que balconeaba sobre el campo, los árboles, la inmensidad. Desde ahí arriba, contemplamos el silencio y la ausencia de los repetidos "mamaaaaaa" que escuchamos a diario. Hablamos de nuestros hijos, tomamos sol, mate, nos metimos al agua, llamamos a sus respectivos padres a ver cómo estaban, tomamos sol, mate, nadamos, tomamos sol, más mate, dormimos la siesta...Un placer digno de dos diosas. 

Era la primera vez que dejábamos dos días a nuestros hijos y necesitábamos que el lugar fuera cerca por si teníamos que regresar ante algún llamado de emergencia. Por eso también, fuimos en mi auto (que a pesar de la licencia que me habilita aún no manejo). Logramos salir a la ruta antes de las 9 ¡Lo que es salir sin niños de viaje! Y cual Thelma y Louise, pero en versión argentina, nos abrimos paso entre la soja y los criaderos de pollos que dibujan el paisaje de la ruta n8. A diferencia de ellas, no necesitábamos liberarnos del yugo masculino sino del de nuestras criaturitas, eso seres a quienes tanto amamos. 

Mientras volvíamos, una amiga me preguntó por whatsap si había extrañado a mi hijo. Le contesté que no, y pensé "¿seré mala madre?". Así que le repetí la pregunta a Cris, que solemne me contestó "Para nada. Me podría haber quedado algunos días mas". Nos agarró un ataque de risa a las dos, por sentirmos cómplices de transgredir las leyes de la maternidad. 

A diferencia de estas dos heroínas, nuestro final fue feliz: regresamos sanas y salvas, hiperbronceadas, descansadas y felices de ver a nuestros hijos. Porque como diría Fito "dos días en la vida nunca vienen nada mal".



Este post está dedicado a mi compañera de aventura Cristina y a todas las madres que se quieran animar.