sábado, 5 de noviembre de 2016

No me arrepiento de este amor

Están las que elegimos la maternidad sin que eso se vuelva una postal de la felicidad, y elegimos abrazarla con sus sinsabores. Están las que eligen no ser madres y están también las que se arrepienten. "No me imaginé que hubiera ese tipo de mujeres... o en realidad que se animaran a decirlo" me dijo hace poco una amiga con la que conversábamos del tema. Fue con motivo de la reciente publicación del libro de la socióloga israelí Orna Donath "Madres arrepentidas" en donde la autora entrevista a mujeres que asumen que no volverían a tener hijos. Parece que el libro causó mucho revuelo por que hubiera mujeres capaces de arrepentirse, se las consideró seres despiadados y sin corazón. Yo las re banco.
Como diría Gilda, no me arrepiento de este amor y estoy feliz de haber aceptado el reto. Yo elegí ser madre pero les aseguro que lejos está de haber sido la cúlmine de mi realización personal. La maternidad es una de las cosas más difíciles que me tocó atravesar en la vida. Y al igual que el primer día que empecé este blog, sigo creyendo que no nací para ser madre, que lo hago y me sale bastante bien, pero que nada de esto me resultó ni fácil ni genial. Quizás ahora que mi hijo está más grande, ya tiene tres años, hemos encontrado ambos, una sintonía de entendimiento mutuo. Y el amor entre nosotros creció tanto que puedo decir que lo amo por sobre todas las cosas. Pero siempre, siempre, maternar me enfrenta con mis propios límites y la renuncia. Tantas veces tendría ganas de tirarme a leer y tengo que bañarlo, prepararle la comida, leer el cuaderno del jardín, o simplemente, responder a todos y cada unos de los mama, mamita. Y lo hago con alegría y aceptación porque elijo la maternidad, sin embargo, hay días o momentos en los que tiraría todo por el aire y volvería a ser la de antes. Cuando tenía todo el tiempo del mundo para mí y mis necesidades, mis gustos, mis caprichos.
Así que volviendo al sincericidio de esas mujeres que confiesan lo inconfesable, mis aplausos.
Las mujeres estamos emprendiendo caminos hacia la libertad, luchamos por #NiUnaMenos y contra todas las formas de violencia de género, incluso la violencia osbtétrica. La maternidad como esa postal kitsch y sin fisuras que se nos impone como el horizonte de la realización femenina también es parte de la dominación simbólica con la que tenemos que lidiar. Prefiero más sincericidios y menos mentiras.

lunes, 24 de octubre de 2016

La fragilidad de las fuertes

Leí muchas cosas por el Día de la Madre. Pocas que me hayan gustado tanto como "Frágil, no apilar" de una amiga de una amiga que describía la maternidad como ese proceso al cabo del cual te volves frágil para siempre. Me gustó porque hay tantas mujeres como maternidades. Yo, en realidad, nunca fue de frikearla con las caidas, los golpes en el jardín, las fiebres de mi hijo. Sólo siento que se me corta la respiración cuando se va de viaje con su papá y sé que por una semana no lo voy a ver. Esos días sí tengo miedo, son como vivir con un efisema, respirando cortito y con poco oxígeno. Excepto este miedo localizado, por llamarlo de algún modo, no me pinta la paranoia por la integridad física  de mi hijo. Y volviendo al post del día de la madre, siento que a mi me pasó lo contrario, mi hijo terminó de liberarme de los miedos. Como en esa escena en Room, en donde la mamá le dice a su hijo "Me salvaste". 
 La maternidad para mí arrancó como una película aterradora de la que, después de un proceso largo y durísimo, logré salir airosa como una heroína de cuentos (más parecida a las antiprincesas que a las de Disney). Sentir que nada era como lo había imaginado, ni el embarazo, ni el parto, ni la lactancia, ni (el que era) mi marido, ni mi vida a partir de ese momento, hizo que todo se me viniera abajo. No tenía de dónde agarrarme, no tenía referencias de qué tipo de mamá quería ser, de qué podía ser, de que podía. Cuando toda la escenografía que había montado para mi película con final feliz (separación incluida) se desmoronó, no me quedó otra que empezar a construir desde la nada. Me cree un personaje, me inventé como mamá, me inventé escenas que me parecieron copadas en medio de ese aluvión de nuevas responsabilidades que me abrumaban, me inventé espacios para estar con mi bebito como un taller de música, aprendí a jugar con él, me inventé un grupito de primerizas con quienes compartir mis angustias.
Y todo ese invento se volvió el guión de mi nueva vida. Podría decir que fue el momento más creativo de toda mi existencia, me rehice como mujer, me cree como madre, y aprendí a ir y venir de cada uno de esos papeles.


jueves, 6 de octubre de 2016

Le cagué la vida

La dieta de mi hijo es macrobiótica, no vegetariana, agroecológica y ayurvédica. Si, todo eso, okey. Es porque sé tomar de cada cosa lo bueno. Boe. Demás está decirles que las golosinas no entran en ninguna de las categorías de arriba. Digamos que están, junto con los alimentos ultraprocesados, ultraprohibidos.
Hace poco, a los tres años, mi hijo probó los caramelos, producto de una piñata que se estalló en un cumple al que fuimos. Y hoy, un vecino le convidó chupetines mientras yo le hacía que no con el dedito sin que mi hijo me viera (no quiero que me recuerde como madre represora). Así que terminó con dos chupetines, un pico dulce multicolor que cuando lo vio, lo dejo hipnotizado tipo Willy Wonka y un chupetín bolita de dulce de leche. Acepté que se fuera con ambos chupetines con la promesa de que lo comiera (obvio que uno de los dos) de postre. Pero, después de mirarlo un rato me dijo“mamá, lo puedo oler?”. Lesto, dije, esto es un camino de ida. Y sí, comelo. Los ojitos le giraron en una espiral de arcoiris mientras lo chupaba con desesperación. Creo que estaba teniendo un pico de hiperglucemia.
La única promesa q iba a seguir vigente era la de lavarse los dientes después por los bichitos. Osea, las caries, porque todavía no tenemos tan aceitada la rutina del cepillado, nocturno. Digamos que los dos estamos tan cansados a la noche que nos da fiaca, es decir, yo me lavo los míos, lo que me da fiaca es insistirle a él, llevar el banquito, atarle la toalla alrededor del cuello para que no se empape el pijama, discutir con él porque quiere mi pasta y no la suya (aunque los dos envases sean los color naranja de Weleda y la única diferencia sea un letrero verde... Voy a pedirle a Weleda que me haga el favor de hacerlos iguales...).
Yo tuve una madre muy miedosa y gracias a eso le dedique varias sesiones de terapia cuando hablaba de tener un hijo. Me había prometido que, cuando fuera madre, iba a dejarlo ser un alma libre, sin ataduras, libre de miedos, de mis miedos, básicamente. Y lo veníamos logrando bastante bien: no le teme a las arañas, a las abejas, a pesar de que ya lo picaron dos veces, aguijón clavado, incluido; ni a las víboras. No le teme a los insectos en general, cosa que aveces me trae complicaciones, como cuando sale de noche a saludar a las babosas que se meten en la cocina o como el otro día, en Tecnópolis, que me tuve que bancar una pecera de cucarachas porque a mi hijo le parecía divertidísimo.
Veníamos bien hasta hoy, que me di cuenta que le cague la vida. Y sí, una hace cosas como madre pensando que hace lo mejor. Pero se te escapa la tortuga y nunca te imaginás que la literalidad te va a arruinar esa labor que tanto cuidas, la de educar a tu hijo sin miedos. El tema fue que de la nada se largó a llorar, me devolvió el pico dulce, y me decía que tenía bichitos mientras se buscaba algo en sus bracitos y piernas. Yo me desesperé porque me imaginé que habían entrado hormigas y se le habían metido abajo del piyama. Así que le abrí todos esos botoncitos que traen los pijamas de golpe y lo entré a revisar. Obvio no tenía nada, yo seguía desconcertada hasta que me dijo "lavame los dientes".
Fin del progresismo. Madre castradora. "De chiquito mi mamá no me dejaba comer chupetines", "Mi primer recuerdo de las golosinas es que después de comer un pico dulce pensé que los bichos me comían el cuerpo".... lo imaginé en un segundo.
Y qué hacer? Le regalo una bolsa de golosinas? Accedo cada vez que me pida caramelos? Lo dejo que la industria de las porquerías le saturen sus papilas gustativas tan prístinas? Estoy bajo los efectos de la culpa...



miércoles, 13 de abril de 2016

Las delicias del lenguaje

Existen cosas que nunca imaginas que tu hijo va a decir. Como ya lo dije el momento en el que adquieren el lenguaje los niños es un deleite que no tiene comparación, y en estos placeres la literalidad y el sentido figurado pueden ser un plato desopilante.

Aletas
Yo estaba cansada porque había recuperado una clase de pileta y había ido a la mañana antes de ir a trabajar. Así que ese día lo retiré del jardín y le pedí que jugáramos despacio porque "mamá está cansada porque nadó como un pescadito". El me escuchó muy atento y no se atrevió a cuestionarme la intensidad del juego, sin embargo, me escaneó el cuerpo y me preguntó casi ofendido "¿dónde están las aletas?".

Maraña
Mi hijo le llama "winsi lala" a las arañas. Un día me señalaba unos cables  y me decía que había una araña ahí, pero yo miraba y no lograba verla. El insistía porque lo divertido de todo esto es que él se da cuenta que yo no lo entiendo y se esfuerza por hacerse entender. Hasta que ocurre el milagro de la comunicación y nos reímos los dos. Miré un rato el enjambre de cables y entendí que estaba usando una metáfora, la maraña de cables parecía una tela de araña pero él solo sabía cómo nombrar al insecto que la tejía.

Señor Otoño
Veníamos volviendo algún lugar pisando las hojas secas que ya cubren las veredas cuando le dije "Viste hijo las hojas? ya está llegando el señor otoño". El se dio vuelta para los costados y me preguntó buscándolo "¿A donde está?".

Un pepino
Si sos una mami veggie y tu hijo tiene una alimentación consciente no esperes que sepa lo que es un churrasco. Jugábamos con el mercadito que trae comida de plástico, entre ellas salchichas, hamburguesas y churrascos, osea, cosas que no forman parte de su dieta cotidiana. Y le pregunté que era lo que tenía en la mano y el contestó muy seguro "pepinos". Estaba claro que no sabía de que se trataba, el significante pepino no respondía ni a la forma ni al color de los churrascos.


jueves, 3 de marzo de 2016

La adaptación al jardín

Es una de las cosas más agotadoras después del casting de jardines y de obstetras. Ahí los papás hacemos las cosas más ridículas que se puedan imaginar. Desde escondernos para espiar a nuestros hijos, irnos al café de la esquina a llorar o salir indignadas porque nuestros hijos estaban más que listos y nos saludaron con la manito con total naturalidad. Y es que soltarlos es difícil y nos cuesta, pero a veces también nos cuesta que ellos nos suelten. Nos preguntamos ¿y ahora qué hago? ¿En serio va a estar bien sin mi? ¿Quién mejor que yo lo va a poder cuidar?
Al principio una entra en la salita con ellos, juega pero sobre todo, aprovecha para hacer un registro exhaustivo de todo: limpieza, orden, juguetes disponibles, posibles amenazas en el entorno como cosas punteagudas o niños pegadores, seños que nos caen bien porque percibimos que les tendrán toda la paciencia del mundo a nuestro hijos o seños a las vemos con pocas pulgas. También evaluamos si son muchos chicos o pocas seños. Todo esto lo hacemos en medio de un griterío seguido de llanto generalizado en el que queremos agarrar a nuestros hijos y salir corriendo. Pero no lo hacemos y permanecemos estoicas, encarando todo con total naturalidad porque lo que menos necesitan nuestros hijos es vernos mal.
Después de unos días, nos hacen esperar afuera de la sala hasta que finalmente, nos invitan a retirarnos del jardín. Y ahí nos vamos al trabajo llenas de culpa. La culpa, nunca nos abandona, la culpa nos acompaña siempre, desde el día que nacen nuestros hijos, o incluso antes cuando quedamos embarazadas. 
Cuando yo empecé a ir al jardín, mis papás ya se habían separado hacía un año. Mi mamá se iba al café de la esquina a llorar porque me había dejado estallada en lágrimas y sentía una gran culpa. Un día, el mozo, cansado de verla así, se le acercó y le dijo que volviera a ver cómo estaba yo, que seguro estaba jugando y pasándola bien. Y así lo hizo ella y así me encontró a mí. Fin de la adaptación. Ella dejó de irse con culpa y yo dejé de armarle esas escenas dramáticas.
Otro problema de la adaptación es que es una agonía en cuentagotas. Muchas mamás se piden vacaciones en el trabajo pero a veces una semana no alcanza, porque los primeros días estamos en la sala, después nos sentamos afuera a esperarlos pero no se quedan más que una hora. A la semana siguiente aumentan 60 minutos más y nuestros hijos permanecen dos horas ahí....Es decir ¿quién tiene un mes de vacaciones para hacer la adaptación? ¿No deberían tener los trabajos un parte de ausencia para este período?
La adaptación de mi hijo llevó mas de un mes. El iba con su papá porque yo ya estaba trabajando. Era un drama cotidiano. Un día en el que finalmente mi hijo había logrado entretenerse y jugar, lo engancharon al padre espiando detrás de una pared en el momento que mi hijo se largó a llorar sin consuelo. Ese día le pidieron que fuera la madre. Yo fui a día siguiente, muy convencida de que mi hijo se adaptara porque yo necesitaba ir a trabajar. Fin de la cuestión. 



Este post se lo dedico a mi amiga Natalia y a todos los papás que están pasando por esto en estos momentos. 

miércoles, 17 de febrero de 2016

Soltar

Dicen que a las madres lo que más nos cuesta es soltar, bueno, a algunas. Yo no priorizo mi función como madre por sobre las demás cosas que me gusta hacer, no siento que deba ocupar un primer plano respecto de las otras. Encuentro mil actividades que van desde mi trabajo, leer mi última adquisición de Ray Bradbury, ir a ver cine de autor u ocuparme de las plantas de mi huerta que me satisfacen tanto como estar con mi hijo. Puede sonar mal, lo sé. ¿Suena mejor la madre abnegada? Puede ser. Pero yo no soy una madre abnegada, eso ya me costó bastantes lágrimas, ver que no encajaba en ese esquema de mujeres que disfrutan tanto dándose por completo a sus bebitos sin importarles qué dejaron de lado. Yo, en cambio, anhelaba volver a todo lo que había dejado de lado. Era por un tiempo, después lo entendí.

Supongo que si una suelta, la mayoría de las veces, sin mucha culpa eso se nota. Quiero creer que algo de esto tiene que ver el hecho de que estos últimos meses fueron de mucho soltar. En principio mi hijo pasó la Navidad a 400 kilómetros de distancia con su familia paterna. Después vinieron las vacaciones con el padre que duraron una semana y redoblaron la apuesta por cantidad de días y kilometraje porque fueron en Córdoba. Nunca habíamos estado separados 7 días y 7 noches. No les voy a decir que fueron días interminables, me la pasé super ocupada, disfrutando de mi tiempo libre y tranquila de saber que estaba bien cuidado y acompañado por un papá todoterreno. Pero el día anterior a que llegara me agarró un ataque de ansiedad, fue el prólogo. Nuestro encuentro en el aeroparque fue de postal, él diminuto se abrió paso entre los pasajeros y las valijas con ruedas y vino corriendo a mi, a colgarseme como un koala y llenarme de besos. "Amo mamita" me repetía mientras yo me estallaba en lágrimas. Tuve que explicarle que uno también llora de alegría cuando vi su carita de preocupación. Y así con él en brazos y yo llorando desconsoladamente sentí que me volvía el pedazo de alma que había extraviado, sentí que volvía a respirar.


Este verano también llegó el turno de soltar el pañal y más tarde el chupete. Mi bebito dejaba de ser bebito y me tuve que cuidar mucho de no volver a usar esa palabra. Le empecé a decir que era mi "nene grande" y otros eufemismos para nombrarlo. Muchas amigas cuyos hijos que ya tienen dos años como el mío, acaban de tener sus segundos hijos o están embarazadas. Ellas están prontas a tener otros bebitos en sus hogares a quienes cobijar y amamantar. Yo acabo de regalarle un bebote de juguete a mi hijo, un poco porque me subleva que solo las nenas puedan jugar con bebitos y los nenes con autos, y otro poco, porque me pareció oportuno para poner en el juego estos crecimientos que estábamos atravesando. Sí, lo escribo en plural. Supongo que en eso reside el éxito que tuvo el juego porque desde que se lo regalé, mi hijo no para de cambiarle los pañales, ponerle y sacarle el chupete, acunarlo en brazos y pedirme a mi que le de la teta. Este juego de roles resultó una verdadera "terapia de shock" para mí. A mi hijo lo vi tan grande de golpe que tuve que empezar a soltar ese bebito que fue hasta hace tan poco, mientras sostenía en brazos al de juguete.


Este post se lo dedico a todos porque soltar es algo que a todos nos cuesta pero también es algo que se aprende.