martes, 27 de octubre de 2015

Sostener

Había ido a la pediatra de mi hijo a buscar un certificado para el jardín. Llegó una mujer con su bebito colgando de uno de esos arneses que se usan en el pecho. También llevaba un bolso cargadísimo y una expresión de cansancio. Se sentó a mi lado. Tres meses tenía ese michelín regordete. Le conté que yo tenía un hijo de dos años y ella me respondió "¿se sobrevive?". Me preguntó temerosa si le cuidaba a su hijo mientras ella iba al baño. Recordé cuán difícil se hacía cualquier cosa cotidiana, como ir al baño en aquel entonces. Me había metido con el carrito en lugares que apenas entraba un inodoro. Si habré hecho pis con la puerta abierta, espiándolo y cantándole para que no se asustara. Así es como aprendes la simultaneidad, ese don que tenemos las madres de hacer dos cosas al mismo tiempo con la misma dedicación. Conversar con una amiga de sus problemas mientras entretenes a tu bebé con juguetes de peluche y cantitos. O  leer el diario con una mano mientras con la otra sostenes la cabeza de tu bebé para que encaje perfectamente la succión de tu pezón.

La idea de quedarme con ese bebito me entusiasmó enseguida. Sostener de nuevo a un ser tan desprovisto de habilidad para el movimiento me conmovió. La cabecita que se le iba para un lado y repiqueteaba tórpida me recordó qué difícil era sostener ese cuerpito que, a pesar de ser pequeño, es como un flan que se te escapa entre los dedos. (En esos momentos todo se te escapa entre los dedos). Lo sostuve y le canté algo que inventé en el momento. A cambio, él me sonrió. Su mamá hizo pis tan rápido como Clark Kent cambiándose en la cabina de teléfono. Pensé, sin intención de juzgarla, que yo ni loca hubiera dejado a mi bebé con alguien que no conociera. Recordé la vez que habíamos ido a pasear con unas amigas y nuestros bebitos a un shopping (único lugar que nos permitía salir de nuestras casas con bebés de pocos meses en pleno Enero). Nos habíamos conocido en Yoga para embarazadas, hacía poco tiempo pero nos apoyábamos en todo. Bueno, recuerdo que nos turnamos para cuidar los cochecitos mientras íbamos al baño y recuerdo la angustia de haber dejado a mi bebé ahi. Me perseguía la fantasía de salir y que ya no estuviera. En realidad tenía miedo que me lo robaran de cualquier lado. 

Sin embargo, esta mujer acababa de saludarme y ya me confiaba lo más preciado. Cuando salió del baño y le devolví a su bebé le hice un chiste y nos pusimos a charlar. "Y vos, cómo la llevás?" le pregunté. Me contó que era madre soltera y que estaba sola con su bebé. Casi la abrazo, quise darle tranquilidad, contención. Quise hacer algo más que sostener a su bebé. Quise que sintiera que ella iba a salir adelante, como lo hice yo. Quise abrazarme a mi misma dos años atrás y darme la paz que no tuve. Pero me llamó la pediatra, entré al consultorio y cuando salí ella ya no estaba ahí. 


Este post va dedicado a ese grupo de mujeres que conocí con panza y a otras que conocí unos meses mas tarde en un taller de música para bebés. Ellas fueron y todavía son un verdadero sostén. 

miércoles, 14 de octubre de 2015

Como Mi amiga del parque

La última película de Ana Katz habla de la maternidad sin que ésta ocupe el hilo central de la historia. Logra contar qué nos pasa a cierto grupo de mujeres entre las que me incluyo, cuando tenemos un hijo. Lis es una joven de clase media, universitaria, escritora, recién mudada, que está sola en sentido literal y figurado (¡cualquier similitud con mi vida es pura coincidencia!). Pero en lugar de padecer el encierro al que terminamos condenadas con un bebé recién nacido (¡tardé 20 días en poder salir a pasear con mi hijo!), Lis sale a la plaza, aunque haga frío, aunque tenga que bajar mil escalones con el carrito, aunque no comparta las conversaciones con las demás mamis del arenero. Y así de manera intuitiva encuentra compañía en esa tribu que se arma en los juegos de la plaza, en los grupos de crianza, en los encuentros de música y canto. Porque estar sola con un bebé es lo peor que te puede pasar. Una mujer que pasó de tener su vida, social, profesional y de pareja, pasa de golpe a estar la mayor parte del tiempo en la casa (algo que no hacía porque salía a trabajar) sola y al servicio de otro ser, recortada de todo ese entorno que la hacía ser ella misma. 

Entonces Lis se fascina con esta nueva amiga que le propone cosas alocadas, divertidas y también angustiantes, pero que por lo menos la sacan del llanto en la ducha a escondidas del bebé. ¿Quién no lloró mientras se bañaba con el bebé metido adentro del baño? ¿Quién no fantaseó con un beso a escondidas que la salve cuan príncipe azul de la maldición del llanto eterno de un recién nacido? Esas cosas alocadas nos pasan a cierto grupo de mujeres cuando nos convertimos en madres y quedamos tomadas por completo por este nuevo rol que no tiene recreo. La sensación de un tiempo fuera como esa carrera en la plaza de Lis con sus nuevas amigas o ese beso arrebatado, son las cosas que nos hacen sentir que no dejamos de ser lo que éramos, que por un momento efímero seguimos siendo nosotras. Yo me tiré de cabeza al subte que me devolvió al microcentro en pleno diciembre. Se me terminaba la licencia y era más grande el deseo de volver a algo mío que la culpa por dejar a mi hijo de tres meses. La relación idílica con la lactancia era otra frustración de las que ya venía acumulando, esa sensación de que nada era como lo había imaginado. Y la culpa que también embarga a Lis y salir corriendo de cada momento de disfrute propio. Yo también corría para todos lados, bah, mis tetas corrían. Corrían vacías al laburo previa mamada de mi hijo, corrían al baño de la oficina a juntar la leche cuando empezaba a mojarme la camisa, corrían llenas de regreso a casa mientras su papá lo entretenía para que aguantara y llegara a darle. Agotador pero yo tenía la convicción de que quería darle mi leche y hoy creo que lo haría así también.

A cierto grupo de mujeres entre las que me incluyo, la tensión entre el disfrute personal y la culpa nos resulta algo con lo que tenemos que aprender a lidiar. Parecía una locura cuando me escapaba a tomar un café y a leer un libro, y sentía haber traspasado un límite como si me estuviera reventando el sueldo en el casino. Pero aprendí a surfear las contradicciones del ser madre, sobreviví, y creo que haber respetado la necesidad de hacer cosas mías como volver a las clases de yoga, empezar pileta o retornar al trabajo me salvaron de no ser una madre frustrada. Eso y haberle transmitido a mi hijo la convicción (como podía) de que mamá se iba para volver a casa siendo más feliz. Mi ecuación era mujer feliz-madre feliz, aunque en esos momentos la felicidad me costara y pareciera un inalcanzable.



Este post se lo dedico a Ana Katz y a las mujeres que contribuyen con sus relatos a crear otras narrativas del ser madre. Ignoro si el film será autobiográfico pero yo encajé en cada punto de la constelación de Lis. Hacer catarsis con el llanto y la risa, me permitió seguir sanando aunque hayan pasado dos años y los malos momentos parezcan  haber quedado atrás.