martes, 8 de julio de 2014

Aceptar y sanar

"Fuiste madre hace muy poco y todavía tenés cosas por sanar" me dijo el gurú en mi última sesión de shiatsu. Y es verdad porque mi bebé ya tiene 10 meses y yo todavía, aunque ya no me la paso llorando, no puedo digerir que nada haya sido como pensaba. El parto es una de las cosas.
Yo me había preparado con yoga, con grupos de embarazadas, había leído sobre las posturas, los ejercicios, la respiración, había trabajado mi cabeza y mi cuerpo con María Pichot. Estaba lista para parir a mi hijo y lo iba a hacer de cuclillas. Había encontrado al médico que me iba a dejar pujar en la posición que yo quisiera y a la clínica que promovía el parto natural. También practicaba a diario la contracción del suelo pélvico, mulabanda como le dicen los yoguis. Esto me iba a ayudar en la dilatación y la expulsión. Y de hecho me ayudó porque llegué a la clínica con 5 cm. 
Yo había hecho todo pero mi bebé no se había girado. "Está de pelviana" me decía el obstetra sin que yo entendiera una palabra. "Que si no se da vuelta tenemos que hacer una cesárea" pero yo seguía esperando que mi bebé se diera vuelta. Ibamos a dejar que se desencadenara el trabajo de parto mientras estuvieran bien los monitoreos y las ecografías. Así que yo le hablaba a mi bebito mientras me ponía en cuatro patas porque había leído que esa postura favorecía la rotación. Lo hacía a escondidas porque mi marido me había pedido que dejara en paz al bebé con algo que era mi deseo y, evidentemente, no el de él. "Vos ya viniste a este mundo y lo hiciste a tu manera. Este es su momento, dejalo que nazca como él quiera" me dijo en un rapto de sinceridad. Y a mi me pareció hermoso, lloré y le prometí que aceptaría. Pero no.
Tampoco acepté cuando, en la clínica, me dijeron que iba a cesárea. Me resistí. Empecé a temblar. Estaba congelada, no podía para de tiritar. Mi cuerpo convulsionaba y no era por las contracciones. Se me caían las lágrimas y todos me preguntaban si me dolía algo, si estaba bien. No estaba bien, los odié a todos y quise que desaparecieran. Tuve la sensación de que si me quedaba a solas con mi bebé todo iba a estar bien. Me sentí invadida. No quería que me lo saquen pero ya tenía las piernas dormidas por la peridural. Resultó que además de no haberse girado tenía vuelta de cordón. 
El gurú me explicó que cuando la energía está muy desequilibrada y, por algún motivo, esta empieza a circular para reacomodarse, el cuerpo pierde temperatura, se congela. Yo tirité todo el tiempo que duró la cesárea y hasta que llegué a la habitación. Habíamos dejado de ser uno fusionados en mi cuerpo y ahora estábamos cada uno por su cuenta. Este enjambre de energía, espíritu y materia que había coexistido por nueve meses llegaba a su fin en medio de un  procedimiento quirúrgico en una sala de hospital. Definitivamente no era lo que había imaginado. Pero como dicen las cosas son como son, no como nos gustaría que fueran. Eso es aceptar y aceptar es la antesala de sanar. 

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